Iliana de la Cruz cojeaba por el pasillo, cada paso un latigazo de dolor que le recorría la pierna izquierda como si huesos rotos le ara?aran el músculo. Las luces cálidas del corredor, que normalmente ignoraba, ahora le quemaban la piel. Notó que el sudor se mezclaba con la sangre seca en su cuello, y el olor a jazmín quemado, el mismo que impregnaba las habitaciones de Elara, le cerró la garganta.
El pasillo, antes un recordatorio del poderío y secretismo del Festín, ahora se burlaba de ella. Los tapices de seda bordados con constelaciones artificiales formaban muecas burlonas, y las figuras astrales parecían llorar de la risa hilos dorados. Las paredes, pintadas con pigmentos que brillaban bajo la luz de las luces, reflejaban su silueta deforme: una joroba imaginaria que no era más que su columna vertebral doblándose bajo el peso del fracaso. Hasta el mármol pulido bajo sus pies, que antes le parecía perfecto ahora mostraba grietas que se ramifican como cicatrices.
Al apoyarse en la pared para recuperar el aliento, empezó a toser. El Guante de las Sombras, la reliquia artificial que había creado le exigía su precio: cada uso le consumía un recuerdo. Ahora, al intentar invocar un hilillo de oscuridad para aliviar su pierna, solo obtuvo un vacío mental donde antes había pasado un verano en Venecia con Elara. En su lugar, una náusea feroz la obligó a escupir bilis verde, que se evaporó al tocar el suelo con un siseo venenoso.
-Maldita seas, Elara -murmuró, pero sus dedos temblorosos acariciaron la máscara veneciana rota en su rostro.
No era solo una máscara, sino una reliquia importante del Festín y un fragmento de la noche en que conoció a Lucien. Los cortes en la porcelana blanca, uno sobre la mejilla izquierda y otro cruzando la frente le recordaron la sonrisa despiadada del joven Tejedor al casi destrozarla junto con ese monstruoso Djinn Maha. Al tocarla, un escalofrío le recorrió el brazo derecho, el mismo que Lucien había casi cercenado.
-Vaya monstruo que creaste -murmuró apretando los dientes, Elara había dedicado gran parte de su vida a la investigación sobre el mundo y como los relatos iban hilando y construyendo la realidad, en algún punto se había obsesionado con probar que el autor original seguía ahí afuera, que no era ninguno de los dioses a los que la humanidad adoraba, y para eso había creado a Lucien, si tan solo hubiera sabido que Lucien la desafiaría como lo hizo, Iliana se preguntaba si Elara hubiera seguido el mismo camino.
Un pinchazo dolor en el hombro la transportó a aquel instante: Lucien, cubierto de sangre dorada, lanzando un golpe de precisión monstruosa y potencia monstruosa. La máscara crujiendo bajo el impacto, el sabor a hierro en su boca, y después, el sonido de Maha desgarrando a sus mercenarios de tinta. Iliana apretó los dientes, regresando al presente cuando un hilo de sangre le resbaló por la mu?eca.
Una voz que no provenía del aire, sino de las paredes mismas, como si los ladrillos hubieran absorbido cada sílaba durante décadas de secretos. Iliana se detuvo, el frío espectral trepando por su columna vertebral en forma de agujas de hielo que reconocía demasiado bien: era el mismo escalofrío que precedía a las visitas de El Festín de las Sombras.
El olor llegó primero: menta y sangre vieja, una combinación que le hizo contraer el estómago. Luego, las palabras se materializaron como ara?as de escarcha en su nuca:
-Querida Iliana -susurró la voz, y esta vez Iliana sintió cómo su pulso se sincronizaba con un tic-tac lejano-. Veo que el peque?o Tejedor resultó ser mejor de lo que esperábamos.
Las luces cálidas del pasillo parpadearon, tornándose azules por un instante. Las sombras de los tapices se alargaron, adoptando formas que Iliana no quiso reconocer: siluetas de ni?os con alas de polilla, manos de tinta retorciéndose en el aire. Hasta el mármol bajo sus pies pareció ablandarse, atrapando sus botas en una sustancia gelatinosa que olía a formol y lágrimas secas.
Iliana apretó la máscara veneciana rota contra su rostro, notando que sus dedos temblaban de una forma específica: tres espasmos rápidos, luego una pausa. Un tic que solo aparecía cuando mentía.
-Es por… lo que le dejó Elara -dijo, ajustando el cristal clavado en su muslo-. Si no fuera por eso sería fácil aplastarlo.
La voz rió, y el sonido le perforó los tímpanos, dejando un zumbido metálico. Iliana sabía quién estaba hablando: El Director, el hombre que gobernaba el Festín. Pero nunca lo había escuchado tan… personal.
Un objeto en su pecho ardió de repente: el collar de ébano con un colmillo de Djinn que Elara le había regalado en su séptimo aniversario. Al tocarlo, una visión la golpeó: Elara, joven y sin cicatrices, trazando ecuaciones en su piel desnuda mientras murmuraba: "Serás mi obra maestra, Iliana. La que los destruirá a todos".
-No eres la única con deudas, querida -la voz se deslizó por su hombro izquierdo, donde una cicatriz en forma de clave de sol comenzó a supurar tinta azul-. El Pacto exige equilibrio.
Iliana sintió cómo el Pacto de las Sombras se activaba sin su consentimiento. Venas de tinta umbral emergieron de su cicatriz facial, tejiendo una máscara temporal sobre su rostro da?ado. El precio fue inmediato: un recuerdo se desgarró de su mente. El sabor del primer beso con Elara, en un laboratorio lleno de frascos brillantes. Ahora solo quedaba un vacío frío en su pecho.
Iliana contuvo un gemido cuando el frío penetró sus costillas. No era un frío normal: olía a alcohol quirúrgico y cenizas de libros prohibidos, el mismo aroma del laboratorio subterráneo donde El Directorio la había "mejorado" a?os atrás.
-Entiendo, se?or -susurró. Su voz no solo sonaba distorsionada: cada palabra le ara?aba la tráquea como si la máscara veneciana le hubiera crecido dentro de la garganta.
El pasillo gimió. Las sombras en las paredes se volvieron líquidas, chorreando hasta formar charcos de oscuridad que emitían susurros en lengua umbral. Iliana sintió cómo el frío le convertía el sudor en escarcha sanguinolenta.
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-Se?or… -susurró mientras sus manos temblaban, pero no era un temblor solo por miedo: su dedo anular izquierdo se retorcía involuntariamente, un tic postraumático de cuando El Directorio le había extraído el hueso metacarpiano para un ritual-. ?Por qué no trajo consigo a Lucien cuando me rescató?
Las luces estallaron en una lluvia de vidrio ardiente. Iliana vio no con los ojos, sino con el fragmento de Djinn implantado en su médula que hace mucho tiempo le había implantado El Director cómo las paredes sangraban tinta azul fosforescente.
-Querida -la voz del Director resonó ahora desde sus propias venas, helándole la sangre-. No estaban solos en ese lugar. -Una mano espectral hecha de páginas arrancadas surgió de la pared, acariciándole la cicatriz en forma de clave de sol-. Y la otra persona que los observaba… -la presión aumentó hasta que Iliana sintió crujir sus costillas-. Es alguien que preferirías no recordar.
Iliana no se atrevió a permitir que un solo gemido de dolor escapara de sus labios, el temblor en su dedo anular aún persistía, sabía perfectamente que El Director estaba molesto, la tinta azul y las sombras chorreantes era una advertencia: No preguntes más sobre el tema.
-Vamos mi ni?a -la mano espectral se disolvió nuevamente, el dedo Iliana finalmente dejó de temblar-. Tenemos cosas que hacer para prepararnos para cuando los Archivos aparezcan.
…..
El nombre "Jardín Roto" resonó en sus oídos como una aguja oxidada girando en el cerebro. Lucien sintió las cicatrices bajo su camisa palpitar al unísono, un olor a hierro e isodine, el mismo desinfectante que Elara usaba antes de cortarlo, reemplazando por un segundo el almizcle a alcohol del Teatro.
Entre la música que sonaba en el Teatro, Lucien escucho un piano. De repente, estaba allí:
El laboratorio. Elara repasando ecuaciones mientras extraía un fragmento de su costilla izquierda. Lyra, de doce a?os, tocaba Claro de Luna en un piano desafinado, las lágrimas cayendo sobre las teclas. "Cántale, Lyra", ordenaba Elara. "Así no sentirá el dolor".
El recuerdo se desvaneció cuando un hilo de sangre combinada con veneno le resbaló por el costado.
Por un momento El Teatro dejó de ser solo un lugar y se convirtió en una burla. Las luces de colores psicodélicos lentamente se convertían en un recordatorio de las luces de los laboratorios de Elara. Hasta el sudor de los bailarines brillaba como el líquido de preservación de los frascos donde flotaban los fetos fallidos. Las maderas del pasillo crujían con el mismo ritmo de los gemidos de Lyra cuando intentaba curarle las heridas mientras retenía sus ganas de llorar.
-Un gusto conocerte también -mintió Lucien, no podía estar seguro que tipo de relación tenían con Lyra, o incluso, si realmente lo ayudarían o si ya habían traicionado a Lyra y ella simplemente no lo sabía-. Pero tengo prisa. -Una tos le arrancó más sangre que manchó su pu?o. El veneno había comenzado a cristalizar en sus articulaciones.
El bartender sonrió con dientes demasiado blancos. Al girar para llamar a su reemplazo, Lucien vio algo bajo su cuello: tatuajes móviles que formaban compases musicales. No eran simples dibujos: las notas se rearrumaban siguiendo el ritmo de la música del Teatro. él sabía que significaban esos tatuajes, la marca física de un Djinn.
-Sígueme -dijo, y al moverse, Lucien notó que sus pasos no emitían un solo sonido.
Lucien lo siguió por un pasillo apagado, no muy iluminado, con cada paso el pasillo sonaba con un tambor, con repercusiones que sonaban como una banda marcial. Eventualmente llegaron a unas escaleras de caracol por las que el bartender empezó a subir.
Las escaleras de caracol no simplemente crujían: gemían en distintas notas musicales, que le recordaban a las que Lyra tocaba para calmarlo. Cada pelda?o tenía talladas letras umbrales que se retorcían al contacto: “Todo puente tiene un peaje", leyó Lucien al pasar. El veneno en su costado ardió en respuesta.
Al pisar el séptimo escalón, una astilla se clavó en su palma. En vez de sangre, brotó tinta negra que formó una partitura efímera en el aire. Lucien reconoció las notas: era la canción de cuna que Lyra inventó para él. El precio por usar los Vespertilio: los recuerdos que más le traían dolor, eran mostrados frente a él forzandolo a recordar las cosas que había perdido, el dolor que había sufrido, la soledad que había sentido, etc.
-Cuidado con el último escalón -advirtió el bartender sin volverse. -Suele… transformarse.
Y así era: la madera se retorció bajo sus pies, convirtiéndose en espejo claro que reflejaba fragmentos de su pasado: Lyra siendo arrastrada por sombras, Elara cosiendo glifos en su propio corazón, el ni?o de alas de polilla devorando fotos quemadas.
-Así que tu eres el Jardín Roto del que Lyra no paraba de hablar -Una voz melodiosa justo como las canciones que Lyra solía tocar para él lo trajo de regreso al mundo real. Frente a él una mujer de piel canela con ojos azules, cabello oscuro y largo usando un vestido de seda grande estaba extendiendo una mano que usaba un guante de seda largo, Lucien noto que las u?as estaban pintadas con tinta umbral de un color azul, algo que solo había visto en sus propias u?as y en las de Lyra.
-Un placer conocerte -Su voz melodiosa voz agregó. -Soy Eira Moss, una amiga personal de Lyra.
Lucien estaba sentado observándola a Eira, observó detenidamente cada aspecto del lugar, al terminar la escalera con forma de caracol se encontró frente a esta mujer junto con el bartender del lugar. Las paredes de la habitación estaban hechas de madera y de éstas colgaban plantas cuidadosamente arregladas y cuidadas, una alfombra de terciopelo rojo cubría el suelo y guiaba a unos escalones sobre los cuales dos sillas de terciopelo estaban frente a un gran escritorio de pino.
El ambiente tenía un extra?o olor dulce como a miel combinado con sal, al fondo aún se escuchaba la música que se tocaba abajo como un lejano zumbido.
-Ven, siéntate -Eira le indico a Lucien para que tomara asiento en una de las sillas de terciopelo. Con cuidado le hizo caso, a?os de lidiar con Elara lo tenían prevenido en un ambiente extra?o, más aún cuando Maha no podía darle apoyo y tampoco podía usar a Vespertilio. Cuando alcanzó las sillas noto, tras el escritorio una gran ventana, pero tenía un dise?o extra?o, casi recordaba a un micrófono antiguo del que salían raíces.
Lucien tomó asiento. -Un placer -mintió Lucien, mientras su pierna izquierda martilleaba el suelo. Un tic que había desarrollado tras las incontables horas atado a una mesa de operaciones. Eira miró la pierna, y por un instante, sus ojos azules destellaban plateados.
El roce del terciopelo en su nuca lo transportó a otro sillón, en otro tiempo:
Lyra, de catorce a?os, vendándole los ojos con seda negra. "Juega a que esto es un palacio", susurraba, mientras Elara afilaba escalpelos en el mismo cuarto. "Y yo seré tu guardián".
El recuerdo se quebró cuando Eira colocó la botella negra sobre el escritorio. El vidrio emitía un zumbido en La sostenido, la nota que hacía vibrar los frascos de formol en el laboratorio.
Eria tomó asiento frente a él y cuidadosamente sacó de uno de los cajones del escritorio una peque?a botella negra con una corcho haciendo tapa. -Sabes -le susurró, su voz era melodiosa, casi como si estuviera cantando, y un olor a mar se introdujo en Lucien, no habían sido muchas las veces que había ido al mar en su vida, y la mayoría eran recuerdos poco placenteros, siendo uno de los pocos recuerdos positivos con Lyra. -Ella dijo que seguramente ibas a estar a la defensiva, pero aquí eres más que bienvenido Jardín Roto, los Cantosuelos fuimos formados en parte para ti también.
El bartender quién seguía de pie en la parte de atrás abrió los ojos y su boca.
-?Los Cantosuelos? -Preguntó Lucien confundido, era la primera vez que escuchaba ese nombre.