Capítulo 1: La Fisura en el Asfalto
El Santuario de la Lógica
El corazón de la Biblioteca Central de Aethelburg. Un vasto salón arribadado, donde el silencio es casi una sustancia física. Columnas de piedra jaspeada se alzan hacia un techo perdido en la penumbra, flanqueadas por interminables hileras de estantes de oscura madera noble. La luz, proveniente de lámparas minimalistas suspendidas y discretos paneles luminosos, es fría, precisa, dibujando agudos rectángulos de claridad sobre las mesas de lectura pulidas. Flota en el aire el olor a papel viejo, a polvo de siglos ya la débil corriente eléctrica de los terminales de datos.
Kaelyan Voster habitaba este silencio como si fuera su elemento natural. Sentado ante un individuo terminal, el mundo exterior era una abstracción irrelevante. Frente a él, una interfaz holográfica tridimensional proyectaba complejas arquitecturas de datos, una red neuronal digital cuyos nodos brillaban con una luz que fluctuaba entre un intenso azul cobalto y un eléctrico verde lima en los puntos críticos de procesamiento, difuminándose en halos suaves y etéreos en las conexiones secundarias. Un suave gradiente, pasando del cian pálido al índigo profundo y luego a destellos magenta, pulsaba a través de las líneas de flujo, el único movimiento en su campo visual inmediato.
Precisión. La palabra resonaba en el vacío de su mente, no como una emoción, sino como un estado ideal. Sus dedos, largos y pálidos, se deslizan sobre la superficie táctil con una economía de movimiento casi robótica, ejecutando comandos, refinando algoritmos. Cada microsegundo de ineficiencia era una impureza a erradicar.
Kaelyan (pensando): "Bucle gamma-7 resuelto. Redundancia eliminada. El flujo converge hacia el punto óptimo. La Beca... es simplemente el resultado inevitable de la aplicación correcta de la lógica."
No sentí orgullo, ni anticipación. Solo la distante satisfacción de un problema resuelto, de un sistema alcanzando su equilibrio. El ruido distante de una silla arrastrándose, el susurro de páginas pasando… eran meros datos periféricos, filtrados y descartados por su concentración monolítica. El entorno, la biblioteca, era solo el contenedor físico; su verdadera existencia estaba en la danza abstracta de la información frente a él.
De repente, un parpadeo. Las luces del techo y el brillo del holograma titilaron al unísono por una fracción de segundo, una interrupción minúscula pero perceptible en la quietud eléctrica.
Kaelyan detuvo sus movimientos. Sus ojos grises, normalmente fijos en la pantalla, se alzaron mínimamente, escudri?ando el entorno inmediato.
Kaelyan (pensando): "Anomalía. Fluctuación de energía. Duración: 0.021 segundos. Fuente indeterminada. Podría ser una sobrecarga local o… algo más."
Su mente clasificó la información, archivándola, esperando más datos antes de formular una hipótesis concluyente. Pero una sensación inusual, un ligero escalofrío lógico, le recorrió. Era la sensación de una variable imprevista introduciéndose en un sistema cerrado. Volvió su atención al holograma, pero la impecable nitidez de su concentración había sido sutilmente perturbada. El silencio ya no parecía tan vacío.
El Lienzo Sensorial
Una mesa diferente, algo más apartada, cerca de una ventana que daba a un patio interior grisáceo. La superficie está cubierta por hojas de papel grueso, lápices de grafito de distintas durezas, carboncillos, y peque?os frascos de tinta de colores vibrantes: amarillos solares intensos, naranjas casi febriles, azules eléctricos y violetas profundos. Un desorden controlado que contrasta con la rigidez circundante.
Lyraxis Thorne trazaba líneas con una intensidad febril. El grafito ara?aba el papel, dejando marcas profundas, casi heridas. No dibujaba la biblioteca como era, sino como sentía. El peso opresivo del silencio era una masa oscura y viscosa, con vetas de gris plomizo, en el centro de la página. La ansiedad subyacente de los estudiantes cercanos eran dentadas líneas rojo carmesí que irradiaban desde los bordes. El zumbido apenas audible de la electrónica se traducía en finas espirales de verde absenta.
Sus sentidos eran un lienzo hipersensible bombardeado constantemente. El roce de la lana de una bufanda a metros de distancia, el cambio infinitesimal en la presión del aire cuando alguien se movía, el regusto cobrizo del sistema de ventilación… todo se estrellaba contra ella. Dibujar era su forma de gritar en silencio, de imponer un mínimo orden al caos sensorial que amenazaba con desbordarla.
Lyraxis (pensando): "Demasiado… Siempre es demasiado. Silencio ruidoso. Colores sordos. Siento como si la piel me quedara peque?a… Necesito… más."
Apretó la mandíbula, sus nudillos blancos al aferrar el lápiz. Una de las líneas de tinta negra en su dibujo pareció vibrar por un instante, retorciéndose como un gusano antes de volver a la quietud. Parpadeó, frotándose los ojos. últimamente, estas microalucinaciones eran más frecuentes. Alzó la vista buscando una distracción y sus ojos –uno azul tormenta, otro verde musgo– se posaron brevemente en la figura de Kaelyan Voster al otro lado del salón. Tan inmóvil. Tan… contenido. Como una pieza de cristal perfectamente tallada e indiferente al mundo. Sintió una punzada de irritación mezclada con una extra?a y no solicitada curiosidad.
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En ese momento, la luz parpadeó. Corto. Brusco. Pero Lyraxis sintió algo más. Un golpe sordo en sus entra?as, como si una cuerda tensa en el tejido del mundo acabara de ser pulsada violentamente. El aire cambió de sabor instantáneamente, adquiriendo una cualidad eléctrica, ozónica, y un aroma subyacente a… miedo rancio, con un toque acre, casi sulfuroso. Se le erizó el vello de los brazos.
Lyraxis (pensando): "?Qué… qué ha sido eso?"
El segundo parpadeo fue más largo. Una oscuridad densa y antatural lo engulló todo por un latido de corazón tenso. Y cuando la luz regresó, chisporroteando erráticamente, el mundo ya no era el mismo.
La Fractura
El mismo salón de la biblioteca, pero la realidad ha comenzado a deshilacharse. Las luces fluctúan salvajemente, arrojando sombras largas y afiladas como cuchillas que parecen moverse con voluntad propia. El aire es espeso, cargado de estática. Un murmullo bajo y polifónico, hecho de incontables susurros ininteligibles, llena el espacio. Las texturas de las paredes y el suelo se ondulan sutilmente, los patrones geométricos se comban y brillan con colores enfermizos: verdes biliosos, púrpuras amoratados, naranjas oxidados, que cambian y fluyen como líquidos tóxicos.
El cambio fue violento, desgarrador. Kaelyan lo percibió como un fallo catastrófico del sistema. Las leyes físicas, los axiomas fundamentales que daba por sentados, parpadeaban como código corrupto. La gravedad pareció fluctuar por un instante, una sensación de ingravidez seguida por un tirón más fuerte de lo normal. Vio cómo los contornos de las estanterías más cercanas se volvían translúcidos, sus bordes difuminándose en un arcoíris de estática visual, revelando por un instante fugaz paisajes imposibles de cielos color bermellón y arquitecturas retorcidas antes de solidificarse de nuevo, pero ligeramente desplazados.
Kaelyan (pensando): "?Imposible! Ruptura localizada de la continuidad espaciotemporal. Múltiples leyes físicas violadas simultáneamente. ?Evento de singularidad? ?Origen?" Su mente, aunque acelerada, luchaba por categorizar lo incategorizable. El miedo, una emoción que normalmente diseccionaba y descartaba, era ahora una corriente fría y punzante bajo su análisis.
Para Lyraxis, fue una agresión sensorial total. Los colores de la fractura eran navajas visuales: magentas que gritaban, amarillos sulfúricos que quemaban, cianes gélidos que ara?aban. El murmullo polifónico se clavaba directamente en su cerebro, y el olor a ozono y miedo se intensificó hasta volverse nauseabundo. Vio cómo el dibujo frente a ella se animaba grotescamente, la tinta formando tentáculos que se agitaban antes de disolverse. Un grito ahogado escapó de sus labios mientras se llevaba las manos a las sienes, tratando inútilmente de bloquear la avalancha. El suelo bajo sus pies se sentía inestable, como caminar sobre una membrana tensa a punto de romperse.
El pánico se apoderó del resto de los ocupantes. Gritos, el estrépito de muebles volcados. La gente corría, tropezando, hacia la salida, solo para descubrir que la gran puerta de roble ahora era una cortina pulsante de sombras y luz distorsionada, de un violeta enfermizo, impenetrable. Las ventanas ya no mostraban Aethelburg, sino un vacío turbulento y moteado de luces antinaturales: puntos rojos como ascuas, azules como hielo seco, verdes como veneno. Estaban atrapados.
Edicto Cero - El Vuelo Inerte
El caos reina en la biblioteca fracturada. Las luces estroboscópicas iluminan escenas de terror y confusión. El murmullo ambiental ha subido de volumen, casi ahogando los gritos. El aire crepita con una energía desconocida.
Kaelyan se obligó a la acción. La supervivencia requería datos y análisis, no pánico. Sus ojos escanearon febrilmente, buscando patrones incluso en la locura. Observó a Lyraxis, encogida cerca de su mesa, claramente abrumada. Una variable inestable, pero cercana. Decisión rápida: proteger los activos cercanos mientras se recopila información.
Kaelyan: "?Lyraxis!" Su voz sonó más fuerte de lo habitual, cortando momentáneamente el caos. "?Quédate quieta! ?Observa el movimiento!"
Lyraxis: (Levantando la cabeza, ojos dilatados y llenos de terror) "?Movimiento? ?Todo se está volviendo loco!"
Antes de que pudiera explicar, una de las gigantescas estanterías de acero y madera de la pared oeste se estremeció violentamente. Con un gemido agudo de metal torturado, se desprendió de sus anclajes. Pero en lugar de caer, flotó horizontalmente en el aire por un segundo, suspendida en desafío a cualquier ley conocida, los libros girando lentamente a su alrededor como satélites inertes. Los bordes de la estantería brillaban con una débil aura CromoKinetic, líneas finas y vibrantes de color ámbar y plata líquida que se difuminaban en los extremos.
Entonces, sin previo aviso, se disparó. A una velocidad aterradora, cruzó la sala como un proyectil silencioso, no apuntando a nadie en particular, sino siguiendo una trayectoria perfectamente recta y nivelada.
Kaelyan (pensando): "?Vector definido! No aleatorio. ?Regla impuesta? ?Edicto? ?Evitar objetos en movimiento con masa superior a X? ?O es la trayectoria misma la regla?" El análisis y la acción fueron simultáneos.
Se lanzó hacia Lyraxis, agarrándola por el brazo y tirándola al suelo con él, justo cuando la monstruosa masa de metal y papel pasaba silbando por encima de ellos. Sintieron la ráfaga de aire desplazado, frío y cargado de estática.
La estantería impactó contra la pared opuesta. No hubo una explosión de escombros. En cambio, el punto de impacto floreció en una compleja y silenciosa figura geométrica de luz, un estallido fractal que combinaba blanco puro, oro brillante y un fugaz negro mate, expandiéndose rápidamente como un copo de nieve imposible antes de colapsar sobre sí mismo, dejando solo una marca negra y humeante en la pared que parecía absorber la luz a su alrededor.
Kaelyan, aún en el suelo, mirando la marca humeante, sintió una certeza helada. Esto no era aleatorio. Esto tenía reglas. Reglas alienígenas, mortales, pero reglas al fin y al cabo. Habían caído en un Dominio Efímero.
Lyraxis temblaba bajo su agarre, respirando agitadamente, el olor a ozono ya algo quemado llenando sus fosas nasales. Miró a Kaelyan, luego a la marca en la pared. El terror seguía allí, pero ahora se mezclaba con una nueva y extra?a sensación: la de estar en el umbral de algo vasto y terrible. La Fisura se había abierto.
(Continuará...)