La Subasta de Almas
El mundo está tejido con hilos de bien y mal, pero nadie se detiene a preguntar qué los definen. Para algunos, la justicia es venganza; para otros, la ambición es virtud. Los hombres, a diferencia de los animales, jamás se sacian: persiguen riquezas, poder, belleza, honor… solo para descubrir que cada logro abre otro vacío. Mientras las bestias conocen sus límites, los humanos caen en el abismo de "?qué más podría haber?", esclavos de sus propios deseos.
El distrito de esclavos apestaba a carne rancia y excremento, un perfume que se pegaba a la garganta como miel espesa. Avancé entre jaulas oxidadas donde cuerpos semidesnudos se retorcían, sus gemidos formando una sinfonía de desesperación. En una celda, un ni?o de no más de ocho a?os lamía sus propias llagas supurantes; en otra, una mujer con marcas de látigo en todo su cuerpo me observaba mientras avanzaba. Los gritos ahogados de los cautivos se mezclaban con las risas de los mercaderes, creando una cacofonía grotesca.
Mis guardias—disfrazados de mercenarios con capas andrajosas y armaduras oxidadas—formaban un círculo a mi alrededor. Sus espadas no eran decorativas; cada una había probado carne humana en más de una ocasión.
Un hombre con traje de seda carmesí, su máscara de zorro dorado brillando bajo las antorchas, se inclinó ante mí con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos muertos.
—?Bienvenido, noble cliente! —exclamó, extendiendo las manos como si presentara un espectáculo—. La subasta está por comenzar. ?Deseas un lugar en el palco privado? Hoy tenemos… especialidades que podrían interesar a un caballero de su… refinado gusto.
Su mirada se deslizó hacia las jaulas donde las figuras encadenadas se arremolinaban. Entre ellas, destellos de orejas puntiagudas y pieles de tonos miel bajo la suciedad.
—?Elías? —pregunté, encontrando interés casual.
—?Las más puras ! —susurró, como si compartiera un secreto—. Criadas en los bosques prohibidos del norte. Su sangre aún conserva la magia antigua. Perfectas para… coleccionistas exigentes .
Le arrojé dos monedas de oro. Rodaron por el suelo antes de que se abalanzara a recogerlas.
—Por su información.
El salón de subastas era un teatro barroco donde la crueldad se vendía con elegancia. Nobles con máscaras de plata y terciopelo reían entre sorbos de vino envenenados, sus dedos enguantados se?alando a los esclavos como si eligieran cortes de carne.
En el centro del escenario, un anciano con cicatrices que narraban mil batallas permanecía de pie, sus cadenas demasiado pesadas incluso para sus hombros anchos.
—?Lote 17! —anunció el subastador, un enano con voz de trueno—. ?Gareth el Inquebrantable, ex gran maestro de la Orden del Amanecer! Dominio del estilo de espada Luna Sangrienta. Edad: 62 a?os. ?Perfecto para guardaespaldas o instructor!
Los postores comenzaron a gritar ofertas, pero mis ojos se clavaron en la jaula al fondo.
Una elfa.
No como los demás.
Sus ojos verdes, brillantes como cristal fracturado, reflejan la desesperación, la tristeza y el anhelo de un hogar perdido.
—?Lote 23! —El subastador jaló su cadena, arrastrándola al centro—. ?Una elfa silvestre, intacta ! ?Propiedades mágicas confirmadas! Ideal para… entretenimiento exclusivo .
Los nobles se inclinaron hacia adelante, sus respiraciones aceleradas empa?ando las máscaras.
—Empiezo en 50 piezas de oro.
Antes de que el primer postor pudiera hablar, arrojé mi bolsa al suelo. El sonido del oro silenció a la multitud.
—300 piezas —dije, ajustando mi máscara—. Por los dos.
Múrmullos. El anciano espadachín levantó la cabeza por primera vez.
El subastador palideció.
—M-mi se?or, el gran maestro está valorado en al menos—
—500 —interrumpí, se?alando sin mirar a un noble obeso que se atragantó con su vino—. ?Alguna objeción?
Nadie se atrevió a pujar.
En mis aposentos, solo quedamos los dos esclavos y yo. El silencio era tan denso que podía cortarse con una daga.
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La elfa intentó negociar primero:
—?Libérame y te daré riquezas, poder! ?Los elfos te recibirán como un héroe!
—?Crees que te compré para ser tu salvador? —reí, amarga—. Esta no es una novela donde el humano bondadoso ayuda al elfo noble. Este es el mundo real.
Su llanto no era solo por miedo a morir, sino por la humillación de creer en una salvación que nunca llegaría.
Horas después, se arrastró hacia mí, rogando:
—Llévame a mi pueblo… Te lo suplico. Te atreveré… lo que quieras. Mi cuerpo, mis secretos, ?mi magia!
—Crees que quiero algo de ti? —pregunté, sacando el cuchillo—. Solo quiero lo que llevas dentro.
—?Estás loco! —gritó, su voz quebrándose—. ?Sabes lo que es arrancar la Luz Primordial? ?Es matar el alma dos veces! ?El dolor es indescriptible!
Me arrodillé frente a ella, observando cómo sus lágrimas limpiaban líneas pálidas en su rostro sucio.
—Créeme, lo sé —susurré—. Por eso traje esto.
La hoja se hundió con un sonido húmedo. Sus gritos fueron melodiosos, como pájaros destripados. Cuando abrió su caja torácica, la sangre era más oscura de lo que esperaba. Su corazón—aún palpitando—brillaba con una luz azulada. Lo arranqué con mis manos.
El corazón de un elfo tarde hasta cinco minutos después de la muerte.
La Luz Primordial era como sostener una estrella recién nacida: caliente, vibrante y rencorosa . Se retorció en mi pu?o.
Detrás de mí, el viejo espadachín vomitó.
—Eres un monstruo —tosió Gareth, sus cadenas resonando.
Las lágrimas de la elfa aún brillaban en el mármol, mezclándose con el charco escarlata. Su cuerpo yacía retorcido, como un título con los hilos cortados.
El viejo espadachín observaba, sus ojos—antes fríos como el acero—ahora temblaban. Por primera vez en décadas, Gareth el Inquebrantable conoció el miedo.
—?Por qué? —logró articular entre dientes apretados—. Ella… podía haberte servido.
Guardé la esfera en un frasco de cristal.
—Los elfos mienten —respondí, sacando un pergamino negro—. Prometen riquezas, pero sus bosques tienen dientes. Prefiero su esencia a su palabra.
—Y tú serás mi arma.
El contrato se desplegó solo, sus letras escritas en ceniza de almas condenadas.
El anciano retrocedió cuando el pergamino tocó el suelo. Las velas se apagaron una por una, hasta que solo quedó la luz moribunda de la luna.
—?Es un pacto con los Devoradores ! —escupió—. ?Ni los demonios firman esto!
—Tienes razón —admití, se?alando la cláusula final—. Pero los demonios tienen elección. Tú no.
"El portador de este sello entregará su Luz Primordial al firmante, y en muerte, su alma servirá como centinela en el Reino de los Olvidados. Testigo: La Dama de los Suspiros."
Una figura alta y delgada se materializó detrás de él. La Muerte, vestida de blanco, colocó una mano esquelética sobre su hombro.
—Firma… —susurró con voz de mil ecos—. O ven conmigo ahora .
La pluma de hueso atravesó su palma. Su sangre—negra bajo la luna—escribió su nombre en el contrato.
El grito no fue de dolor.
Fue el sonido de su alma desgarrándose.
La Luz Primordial de Gareth—una esfera dorada del tama?o de un pu?o—emergió de su boca entre tosidos. Cuando la atrapé, ardía como un sol en miniatura.
—?Qué… has hecho? —jadeó, su piel arrugándose como pergamino viejo.
—Lo necesario —guardé la esencia junto a la de la elfa—. Ahora, ve .
La Dama de los Suspiros envolvió su cáscara vacía en sus velos. Antes de desaparecer, me lanzó una mirada que decía:
"Te espero, peque?o monstruo, en el infierno".
Con las dos Luces Primordiales en mis manos, el siguiente paso era claro. Las bebe mezcladas con vino y una poción de recuperación.
El sabor fue eléctrico: hierro, bosques quemados y el dulce regusto de la desesperación .