23:30 - Distrito 13. Tokio, Japón.
La fortaleza de Igarashi era un cadáver destrozado, sus muros de hormigón reducidos a escombros humeantes tras la explosión catastrófica que había sacudido el Distrito 13 menos de dos horas antes. El cielo nocturno, negro como carbón, estaba tratado de un resplandor rojizo por los incendios que aún ardían en los restos, el humo alzándose en columnas espesas que llenaban el aire con un hedor acre a ceniza, sangre seca y carne quemada. El suelo estaba cubierto de polvo gris y charcos viscosos de sangre negra y roja, salpicados de fragmentos de acero retorcido y madera astillada que crujían bajo las botas de los sobrevivientes. Los focos industriales que una vez iluminaron la sala principal yacían rotos entre los escombros, sus cables chispeando débilmente, mientras el viento frío silbaba a través de las grietas, llevando consigo el eco lejano de gritos que se desvanecían en la noche.
En un rincón de lo que había sido la sala principal, Aichuu estaba arrodillada junto a Hiroshi, su cabello blanco empapado de sudor y sangre seca, cayendo en mechones desordenados sobre su rostro pálido. Sus ojos rosados ??—un tono pálido y luminoso— brillaban con una mezcla de agotamiento y un dolor que le apretaba el pecho como una garra invisible. Su pierna izquierda, fracturada por el pilar que la había aplastado durante la explosión, estaba envuelta en una venda improvisada hecha de tela rasgada, pero el hueso roto seguía enviando punzadas de dolor que su regeneración constante —un ciclo eterno— no podía borrar del todo. Sus manos temblaban mientras presionaba una herida abierta en el abdomen de Hiroshi, la sangre negra goteando entre sus dedos mientras él jadeaba, su rostro grisáceo contorsionado por el dolor.
—No te mueras, Hiroshi —susurró Aichuu, su voz temblando con una desesperación cruda que cortaba el aire—. No puedo... no puedo perderte también.
Hiroshi intentó sonreír, pero el gesto se convirtió en una mueca mientras la sangre brotaba de su boca, manchando sus labios con un negro brillante.
—No... no planeo irme aún —dijo, su voz áspera y débil, cada palabra un esfuerzo que lo hacía temblar—. Pero... esto... esto no es solo la CCG. Algo... algo está mal aquí.
Antes de que Aichuu pudiera responder, un sonido cortó el silencio: pasos lentos y deliberados resonando contra el suelo cubierto de escombros. Ella giró, sus cuatro kagunes latiendo bajo su piel, listos para brotar, y vio a Mushtaro emergiendo de las sombras como un espectro. Su gabardina negra estaba rasgada y manchada de sangre seca, las manchas negras brillando bajo la luz parpadeante de un foco roto. Sus manos estaban cubiertas de sangre coagulada, y su rostro pálido mostraba rastros de sangre negra alrededor de la boca, como si hubiera comido recientemente, el hedor metálico y dulzón llenando el aire a su alrededor. Sus ojos grises brillaron con un destello rojo, y una sonrisa torcida curvó sus labios ensangrentados mientras miraba a Aichuu y Hiroshi con una mezcla de burla y satisfacción.
—Qué escena tan conmovedora —dijo, su voz suave pero afilada como un bisturí, resonando en el espacio destrozado—. La albina y su fiel perro, sangrando juntos en las ruinas. ?No te cansas de esto, Aichuu? ?De pelear por un sue?o que nunca se hará realidad?
Aichuu se puso de pie, cojeando sobre su pierna herida, sus ojos rosados ??entrecerrándose mientras lo enfrentaba.
— ?Qué haces aquí, Mushtaro? —espetó, su tono cargado de furia y agotamiento—. La CCG casi nos destruye, y tú apareces como si nada, oliendo a sangre. ?Qué estás tramando? ?Habla!
Mushtaro rió, un sonido bajo y melódico que reverberó contra las paredes derrumbadas, y dio un paso hacia ella, el goteo de sangre seca de sus manos marcando el suelo.
—?Tramando? —repitió, su voz suavizándose mientras lamía una gota de sangre de su labio inferior, el gesto lento y perturbador—. No hay camino, Aichuu. Orquesta. Todo esto —hizo un gesto amplio hacia las ruinas— no es un accidente. La CCG no vino por casualidad. Yo los traje aquí. Les di los mapas, las rutas, los horarios. Ustedes creen que Dokuro lidera, pero es una marioneta, igual que todos ustedes. —Hizo una pausa, su sonrisa ensangrentada creciendo mientras la miraba fijamente—. Igarashi no es mi hogar, es mi herramienta. Y cuando termine, no quedará nada de esto... ni de él.
Aichuu dio un paso atrás, el peso de sus palabras golpeándola como un pu?etazo. Sus manos temblaron, y su rinkaku brotó brevemente, un tentáculo carmesí oscilando en el aire antes de retroceder.
—Tú... ?trajiste a la CCG? —susurró, su voz quebrándose mientras las imágenes de la batalla —Hiroshi herido, los Donyu destrozados, la fortaleza en ruinas— pasaban por su mente—. ?Por qué? ?Qué ganas con esto?
Mushtaro dio otro paso hacia ella, su rostro ensangrentado iluminado por un destello de luz parpadeante.
—Poder —dijo, su tono frío y cortante—. No el poder vacío de Dokuro, con sus gritos y su máscara rota. Poder real. Cuando Igarashi caiga, tomaré lo que queda —los quinques, los ghouls, los recursos, el miedo de los humanos— y construiré algo nuevo. Un mundo donde los hilos los mueven yo, no la CCG, no Dokuro, no nadie más. —Sus ojos se clavaron en los de ella, un brillo rojo cortando el gris—. Tú podrías ser parte de eso, Aichuu. Eres única... esos ojos, esa regeneración, esos kagunes. Pero sigues aferrándote a un sue?o que te está matando.
Aichuu respiró hondo, las lágrimas corriendo por su rostro mientras el dolor de su pierna y la traición de Mushtaro la desgarraban. Hiroshi jadeó desde el suelo, intentando levantarse, pero cayó de nuevo, su sangre formando un charco oscuro bajo él.
—No... no será tu arma —dijo Aichuu, su voz temblando pero firme—. No después de esto. No después de ver lo que has hecho.
Mushtaro inclinó la cabeza, un destello de decepción cruzando sus ojos antes de girarse, su gabardina ondeando mientras caminaba hacia las sombras.
—Entonces sigue sangrando por nada —dijo, su voz flotando como un eco—. Pero Dokuro lo sabrá pronto... y cuando lo haga, este lugar se comerá a sí mismo.
23:45 - Almacén trasero de la fortaleza.
En el almacén trasero, una sección de la fortaleza que había sobrevivido parcialmente a la explosión, el aire estaba cargado de polvo y el hedor a sangre seca. Las paredes estaban agrietadas, pero aún en pie, y la luz de la luna se filtraba por un agujero en el tejado, proyectando un resplandor plateado sobre los escombros y los cuerpos destrozados que yacían entre cajas rotas y estantes volcados. Los Donyu —Cho, Junko y Nobu— estaban acurrucados en un rincón, sus cuerpos temblando por las heridas que la batalla les había dejado. Cho, alta y corpulenta, tenía el mu?ón de su brazo izquierdo envuelto en una tela rasgada, el fragmento de metal que le había perforado el hombro aún sobresaliendo de su carne, la sangre negra goteando por su pecho mientras jadeaba, el dolor grabado en cada línea de su rostro duro. Junko, más delgada pero feroz, tenía la espalda abierta por un corte profundo que dejaba la carne expuesta, la sangre negra coagulándose en un rastro que manchaba el suelo, sus manos temblando mientras sostenía a Nobu contra su regazo.
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Nobu, el menor de los tres, estaba en peor estado, su pecho atravesado por un quinque rinkaku que había dejado un agujero irregular del que aún brotaba sangre negra, su respiración un jadeo débil y entrecortado que resonaba en el silencio. Sus ojos rojos estaban nublados, y su cuerpo temblaba mientras Junko presionaba una tela contra la herida, las lágrimas negras corriendo por su rostro mientras lo miraba, el miedo a perderlo apretando su garganta como una garra.
—No te mueras, Nobu —susurró Junko, su voz quebrándose mientras las lágrimas caían sobre el rostro pálido de su hermano—. No después de todo esto... no tú.
Cho gru?ó, su mano buena apretando el hombro de Junko mientras el dolor de su propia herida la hacía temblar.
—Tenemos que salir de aquí —dijo, su voz áspera cortando el aire—. La CCG nos destrozó... Hiroshi está herido, Dokuro está perdido... esto no es una lucha, es un matadero.
Junko alzó la vista, sus ojos rojos brillando con una mezcla de furia y desesperación.
—?Y a dónde vamos, Cho? —espetó, su tono cargado de frustración—. ?Con Musttaro? ?Ese maldito que aparece oliendo a sangre como si fuera el rey? No confío en él... no después de hoy.
Nobu jadeó, su mano temblorosa alzándose para tocar la de Junko.
—él... él dijo algo... antes —susurró, su voz apenas audible mientras la sangre goteaba de su boca—. En el caos... escuché... dijo que Igarashi... debía caer... que él lo planeó...
Cho y Junko se miraron, el peso de sus palabras cayendo sobre ellas como una losa. Cho apretó los dientes, el dolor de su hombro olvidado por un momento mientras la furia crecía en su pecho.
—?Planeó esto? —gru?ó, su voz temblando con una mezcla de incredulidad y rabia—. ?La CCG, las explosiones... todo? ?Por qué? ?Qué demonios quiere?
Junko respiró hondo, sus manos temblando mientras sostenía a Nobu más cerca, el calor de su cuerpo menguante contra el suyo.
—No lo sé —dijo, su voz suavizándose mientras las lágrimas seguían cayendo—. Pero si es verdad... si Mushtaro nos vendió... entonces Igarashi no es nuestro hogar. Es una trampa. Dokuro nos ha estado usando, pero Mushtaro... él es peor. —Hizo una pausa, sus ojos nublándose mientras miraba a sus hermanos—. ?Qué hacemos? ?Seguimos con él? ?Con Dokuro? ?O nos vamos... antes de que nos maten a todos?
Cho bajó la mirada, el mu?ón de su brazo temblando mientras el dolor y la duda la golpeaban.
—No sé si puedo seguir luchando —admitió, su voz quebrándose por primera vez—. Perdí un brazo... Nobu apenas respira... y tú, Junko, estás sangrando como un cerdo. Pero si nos vamos... ?a dónde? El CCG nos cazará como perros.
Nobu tosió, un sonido húmedo y débil que hizo que Junko lo abrazara más fuerte.
—No... no quiero... morir por ellos —susurró, sus ojos cerrándose mientras su cuerpo temblaba—. Quiero... vivir... con ustedes...
Junko sollozó, un sonido crudo y desgarrador que resonó en el almacén, y Cho extendió su mano buena para tocar la cabeza de Nobu, sus propios ojos brillando con lágrimas negras. El dilema moral las desgarraba: lealtad a Igarashi, a Dokuro, a Mushtaro, o la posibilidad de escapar, de buscar algo más allá del caos que las había destrozado. El silencio se asentó entre ellas, pesado y asfixiante, mientras las tensiones crecían, sus lealtades tambaleándose al borde del colapso.
00:15 - Plataforma central de la fortaleza.
En la plataforma central, una estructura elevada que apenas había sobrevivido a la explosión, Dokuro estaba de pie, su figura imponente envuelta en una capa negra rasgada que colgaba como alas rotas. Su máscara de hueso estaba rota, un fragmento colgando de su rostro pálido y sudoroso, dejando ver unos ojos verdes que brillaban con una mezcla de furia y pánico. La sangre negra goteaba de un corte profundo en su pecho, donde la hacha de Koji lo había alcanzado, y su kagune koukaku temblaba en su brazo derecho, dentado y brillante bajo la luz de la luna que se filtraba por el techo derrumbado. Los ghouls menores que aún vivían estaban dispersos a su alrededor, sus rostros ensangrentados y sus ojos llenos de miedo mientras lo miraban, esperando órdenes que no llegaban.
Dokuro golpeó el suelo con su pu?o, el cemento agrietándose bajo el impacto mientras rugía, su voz resonando en las ruinas como un trueno.
—?Mushtaro! —gritó, su tono cargado de una furia que temblaba con un miedo creciente—. ?Sé que estás aquí, maldito traidor! ?Muéstrate!
El eco de su grito se desvaneció, y un silencio tenso llenó el espacio, roto solo por el crujido de escombros y el jadeo de los heridos. Entonces, una risa baja y melódica cortó el aire, y Mushtaro emergió de las sombras al borde de la plataforma, su gabardina ondeando mientras subía con pasos lentos, las manchas de sangre seca brillando como tinta bajo la luz lunar. Sus manos estaban metidas en los bolsillos, pero la sangre alrededor de su boca era un recordatorio visceral de su naturaleza, y sus ojos grises brillaron con un destello rojo mientras miraba a Dokuro con una sonrisa torcida que destilaba desprecio.
— ?Traición, Dokuro? —dijo, su voz suave pero cargada de veneno mientras se detenía a pocos metros—. No es traición si nunca fui tuyo. Siempre te dije que eras un medio, no un fin. Pero estabas demasiado ocupado gritando para escuchar.
Dokuro dio un paso hacia él, su kagune koukaku transformándose en una lanza dentada que apuntó al pecho de Mushtaro.
—?Tú trajiste a la CCG! —rugió, su voz temblando mientras la sangre goteaba de su herida—. ?Destruiste todo por lo que luché! ?Por qué? ?Qué ganas con esto, maldito bastardo?
Mushtaro rió de nuevo, un sonido que heló la sangre de los ghouls que lo escuchaban, y dio un paso más, ignorando la lanza que temblaba a centímetros de su pecho.
—?Por qué? —repitió, su tono endureciéndose mientras su sonrisa se desvanecía—. Porque Igarashi es una jaula, Dokuro. Tú lo construirás, pero yo lo usaré para salir. La CCG no es mi enemigo, es mi herramienta. Los dejé entrar, les di lo que necesitaban para quebrarte, y cuando terminen contigo, tomaré lo que queda. —Hizo una pausa, sus ojos perforando los de Dokuro—. Los quinques, los ghouls leales, el miedo que deja atrás... todo eso será mío. No eres un líder, eres un cadáver que aún no sabe que está muerto.
Dokuro rugió, su lanza koukaku apu?alando hacia Mushtaro, pero el ghoul solitario esquivó el golpe con una gracia inhumana, girando a un lado mientras el arma se estrellaba contra el suelo, agrietando el cemento en una explosión de polvo. Mushtaro dio un paso atrás, su sonrisa regresando mientras miraba a Dokuro con un desprecio frío.
—Sigue luchando, viejo —dijo, su voz flotando como un eco mientras se giraba hacia las sombras—. Pero tus cadenas ya están rotas... y pronto, todos lo sabrán.
Dokuro cayó de rodillas, su respiración agitada resonando en el silencio mientras los ghouls menores lo miraban, sus rostros llenos de duda y miedo. La lucha de poder dentro de Igarashi se alzaba como una tormenta, y el nerviosismo de Dokuro era un faro que encendía las primeras llamas de la desconfianza.