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Capítulo 39: Carrera contra el tiempo

  Un rayo púrpura parte las nubes negras sobre el pueblito rural de Wichatova. Una fuerte tormenta amenazaba con caer sobre el poblado, pero dentro de la casa Dole todo parecía mudo, sin color. Elvira deja el vaso que hasta hace poco tenía una cantidad excesiva de vino sobre la mesa, mientras que Luke se siente enfrente de la ventana del living mirando una bolsa de plástico ser arrastrada por el viento, su vista fija en el camino de tierra, esperando algo que sabe que no va a pasar.

  —Luke, ?recordaste llevar las cosas de John...? —El nombre sabe amargo en la boca de la mujer y un sollozo la hace tartamudear, pero dándose unos segundos para recuperarse, continúa con la pregunta— ?las cosas que íbamos a donar a la iglesia local?

  El hombre no responde, solo se queda mirando cómo las primeras gotas de lluvia empiezan a ba?ar la tierra congelada.

  —?Luke? —pregunta la mujer al notar la falta de respuesta de su marido y, dando unos pasos en dirección hacia él, lo llama en voz alta— ?LUKE!

  Esta vez hay una reacción ante la insistencia; lentamente el hombre gira la cabeza, mirando a Elvira con una cara de piedra. Ella le devuelve una expresión confundida con un dejo de miedo. Se levanta, enderezándose en toda su altura. Quería gritarle, realmente quería, culparla por todo lo que había pasado, pero no lo va a hacer, porque nunca lo hizo, no cuando su mujer pasaba días viajando sin siquiera una llamada o cuando John de peque?o preguntaba por qué su madre no estaba o cuando, por traumas pasados que no tenían nada que ver con el ni?o, echó a su único hijo fuera de la casa. Nunca dijo nada y, a pesar de que quiere, no va a empezar a hacerlo ahora. Cobarde hasta el final, su padre diría, y razón no le falta, pero entiende muy bien que, quiera o no, la mujer enfrente de él es la única familia que le queda.

  —No —responde él de una manera corta, fría, algo hostil, pero no lo suficiente para que se note a menos que alguien realmente esté prestando atención y él sabe que ella no lo está haciendo, nunca lo hizo.

  —Ok, mmm, creo que las cajas están en el garaje, súbelas a la camioneta; cuando pare de llover, vamos juntos, ?sí? —dice la mujer mientras traga sonoramente. Un sentimiento de miedo surge en la mente de ella ante la amenazante figura; su esposo siempre fue un hombre grande y callado, pero nunca lo había visto tan frío, por lo menos no con ella. Rápidamente baja la mirada, el terror transformándose rápidamente en una punzada de culpa, otra más para agregar a la pila.

  El hombre asiente y desaparece detrás de una puerta mientras que Elvira se sienta en el sillón azul enfrente de ella, tratando de controlar las lágrimas que se empiezan a acumular en sus ojos. Sin poder levantar la mirada, se centra en la mesa ratonera delante de ella, en donde un álbum de fotos se encontraba cerrado; la tapa blanca portaba un título que decía “Recuerdos” en letras doradas. Titubeando, la mujer lo abre con una mano y observa la primera hoja, enmarcada en una polaroid; una copia más joven de ella con un peque?o bebé le devuelve la mirada con una sonrisa de oreja a oreja. Debajo de la imagen, escrito en una letra que puede reconocer como suya: “Yo y mi más grande tesoro”. La foto la inunda con recuerdos de un pasado distante. John había nacido prematuro y los doctores no sabían si sobreviviría la noche; recuerda la desesperación que sintió esa noche como si fuera ayer, como Luke se mantuvo al lado de ella en esas noches sin dormir y recuerda el sentimiento de felicidad indescriptible que sintió cuando por fin lo tuvo en sus manos. Una lágrima recorre la mejilla de la mujer, la pena volviendo a crecer en su pecho hasta ser incontenible, pero a pesar del dolor continúa viendo las fotos con la esperanza de que los recuerdos del pasado puedan ahogar el sufrimiento que sentía. Para su desdicha pasa lo contrario, a medida que avanza a través de las páginas se da cuenta de que aparecía menos y menos en ellas, así también como su letra que iba cambiando paulatinamente por otra, más tosca y práctica, en ese momento se dio cuenta que a pesar que este álbum contenía la historia de John apenas si contaba la suya, las implicaciones son obvias y hacen que la culpa se magnifique hasta volverse insoportable, ella cierra el álbum y poniendo su cara entre sus manos comienza llorar por lo que parece una eternidad, entre sollozos intenta calmarse, su cerebro queriendo justificar su accionar haciéndole recordar toda la gente a la que salvó y el cambio que hizo con su trabajo, pero cuando el dolor parecía aminorar la culpa aparecía otra vez, volviéndole a mostrar la cara de John, no aquella con la que tuvo esa horrible discusión hace a?os, sino la del ni?o peque?o que estaba feliz de volver a verla, en ese momento el sufrimiento se redobla y la angustia se apodera de ella dejándola como una masa de llanto y pena.

  No sabe cuánto tiempo pasó, pero no debió ser mucho puesto que todavía se podía escuchar la lluvia que golpeaba fuertemente contra el cristal de la ventana, un fuerte trueno hace temblar el aire y sobresalta a la mujer sacándola del trance en el que estaba, en ese momento escucha un frenazo justo afuera de la casa, no era extra?o que los residentes más jóvenes del pueblo buscaran entretenimiento momentáneo conduciendo temerariamente así que Elvira decide ignorar el sonido y levantándose se dirige al vaso de vino con la intención de volver a llenarlo, pero antes que pudiera un golpe en la puerta la frena en seco, la mujer duda por unos instantes si atender o no, ya estaba cansada de la simpatía ajena, todo el pueblo ya le había dado su pésame varias veces e incluso si no fuera uno de ellos las otras opciones de quien podría estar detrás de la puerta tampoco son demasiado atractivas, otro golpe vuelve a resonar, esta vez un poco más fuerte lo que extra?a a la mujer, un tercero igual de intenso por fin la convence de que las visitas no se iban a ir sin hablar con alguno de ellos así que a rega?adientes se acerca a la puerta y la abre.

  —?Puedo ayudarles en algo? —pregunta Elvira ante el grupo de extra?os encapuchados que se encontraba enfrente de ella.

  —Claro que sí, de hecho, vas a ser de mucha ayuda —dice una voz femenina mientras avanza hacia dentro de la casa.

  Los demás extra?os la siguen mientras un retumbante trueno agita el aire, cargándolo de electricidad y ahogando los gritos de la due?a de la casa.

  A varios kilómetros del lugar, un Cadillac marrón avanza velozmente por la autopista, zigzagueando entre los demás vehículos, rozando el límite de velocidad.

  —John, cálmate, sé que estás apurado, pero si sigues conduciendo de esta manera nos vas a matar antes de que lleguemos —intenta razonar Abigail con su novio; jamás lo había visto comportarse de manera tan desesperada como ahora.

  —Cinco días, Abigail, estuve inconsciente cinco días, no tengo más tiempo que perder —dice el hombre, vendajes verdosos todavía cubriéndole la cabeza.

  —Si estás tan apurado, ?por qué no te teletransportas a ese lugar de una vez y nos ahorras la reinterpretación de Mad Max? —comenta Lorena, agarrada firmemente a la manija sobre la ventana de la puerta.

  —?Te piensas que no lo pensé? Algo está bloqueando la abertura de portales en varios kilómetros alrededor del pueblo, lo suficientemente lejos como para que caminar no sea una opción y a pesar de que mejoré con mis habilidades, mover todo un auto todavía me es imposible —responde John claramente enojado para luego, mirando por el retrovisor a Narciso, preguntar— Narciso, ?te respondieron los operativos que colocaste cerca de mis padres?

  El arcanista mira su PSD y con un suspiro responde —No, al parecer no hay respuesta todavía. Intenté llamar, pero no están respondiendo. El último mensaje fue ayer a la noche diciendo que todo está bien. ?Estás seguro de que Balsin va a ir por tus padres?

  John pega un volantazo y esquiva un camión por unos centímetros, haciendo que Tila, que se encontraba entre Narciso y Aguilar, pegara un ladrido que casi hace que la peque?a ave encima de su cabeza se cayera. Todos se aferran de donde pueden ante la maniobra brusca y cuando el bocinazo del camión termina como si nada hubiera pasado, el hombre responde —Es la única fuente de información que les queda de mi abuelo, e incluso si no saben nada, es una de las formas que tienen de evitar que termine escapando apenas vea peligro.

  —Déjame ver si lo entiendo bien: en el mejor de los casos es paranoia y en el peor es una trampa —comenta Lorena mirando el techo del auto.

  —Sí, y si no te gusta, puedo parar y enviarte de vuelta a Santuario. Nadie les pidió que vinieran —espeta el conductor sin sacar su vista del camino.

  —Ahora que lo mencionas, ?por qué no? Después de todo, te fue tan bien la última vez que te enfrentaste a Opter solo —contesta sarcásticamente la mujer mientras se cruza de brazos.

  John mira por el retrovisor con ojos llenos de furia, pero antes de que pudiera soltar una palabra, Narciso se interpone —Basta los dos, Lorena, no provoques a John de esa manera, ya está lo suficientemente alterado sin necesidad de que lo pinches con tus comentarios, y en cuanto a ti, te dimos un lugar seguro para que te puedas adaptar a tu nueva realidad y te ense?amos a defenderte, así que desde mi punto de vista te metimos a este mundo y por ende somos responsables por ti, ?se entiende?

  El hombre baja la cabeza y mira la carretera para luego decir —Ustedes no son responsables por mí, yo elegí meterme en esto por voluntad propia.

  —Así como nosotros también decidimos venir contigo por lo mismo, así que deja de discutir y conduce; después de todo no tenemos tiempo que perder, ?verdad? —retruca el arcanista con una sonrisa profesional.

  John no puede decir nada ante la lógica y se centra en conducir un poco más seguro. Un par de horas después, el cielo de la tarde se empieza a oscurecer con gruesas nubes de tormenta iluminadas de vez en cuando con mudos rayos púrpuras que lentamente iban ganando más sonido a medida que se acercaban al pueblo, hasta que de repente siente como atraviesan una pared de aire cálido.

  —?Sintieron eso? —pregunta John sorprendido.

  —Sí, acabamos de atravesar una barrera —responde el arcanista mientras mira por la ventana con el ce?o fruncido.

  —Lado positivo, ahora sabemos que no es paranoia —comenta Lorena, el intento de comedia fracasando estrepitosamente.

  Tim se posa en el hombro de Abigail, acurrucándose en su cuello, mientras que Tila se encoje temblando, tapando sus ojos con sus patas.

  —Esto no me gusta para nada —dice Abi mientras intenta calmar a los animales.

  —Te guste o no, ya no hay vuelta atrás —dice sombríamente John mientras aprieta el acelerador aprovechando un tramo de la carretera en donde no había otro auto y, a velocidades vertiginosas, se adentra en la tormenta.

  Dos horas después la autopista continuaba vacía; el único cambio que se podía apreciar era cómo la intensidad de la lluvia y la cadencia de los rayos púrpura iban en aumento. A lo lejos la figura de edificios podía empezar a apreciarse; se estaban acercando por fin al pueblo. A medida que surcan los últimos kilómetros, la tensión en el auto empieza a ser palpable, mientras John se mantenía atento al camino, mientras que los demás pasajeros miraban por las ventanas en busca de cualquier amenaza posible. Luego de unos minutos se estaban moviendo por la calle principal de Wichatova; la ciudad parecía un pueblo fantasma: las calles estaban vacías, ningún vehículo podía ser visto, ya sea transitando o estacionado, y a pesar de que la mayoría de las tiendas estaban abiertas, no había nadie dentro. John frunce el ce?o; parecía que estaban aislados, pero por lo menos si esta situación se desencadenaba en una pelea, no tenía que preocuparse por los civiles. A pesar de que el pueblo es casi irreconocible, peque?os detalles le recuerdan su juventud vivida en la localidad y se entristece de que su regreso sea en tan extremas circunstancias.

  Doblando en una esquina, bajan a una calle de tierra y entran a un pintoresco barrio residencial; la mayoría de las casas cambiaron, pero alguna aún reconocía. Vuelven a doblar, esta vez entrando a una calle sin salida, y frenan enfrente de una casa de dos pisos, pintada de blanco y con techo azul. John observa detenidamente la vivienda, del mismo color, la misma forma en que la había dejado hace tantos a?os, pero había algo que no era igual a su memoria: la gran ventana de la sala de estar que ocupa gran parte de la fachada del frente estaba hecha a?icos, madera y cristales esparcidos por el jardín delantero. El hombre se baja rápidamente sin siquiera apagar el auto, no importándole la torrencial lluvia que caía alrededor de él.

  —John, espera —pide Abigail mientras lucha por sacarse el cinturón de seguridad.

  él no contesta y continúa caminando en dirección a la puerta mientras saca el revólver de la funda que tenía en su flanco. Antes que los demás pudieran bajar del auto, él ya estaba atravesando la puerta con el ca?ón del arma levantado.

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  —Saca las armas del baúl, yo voy a apoyar a John —dice Abigail mientras le lanza la llave a Lorena.

  Esta las toma y se baja junto a Narciso, ambos yendo a la parte de atrás del vehículo, mientras que Abi, Tim y Tila se acercaban rápidamente hacia la casa, siguiendo de cerca los pasos de John. Al entrar, pueden notar que el lugar está hecho un caos: muebles rotos, fragmentos de vidrio desparramados por el suelo y una gran cantidad de sangre que se arrastra hacia una puerta doble que se encontraba abierta de par en par. Temiendo lo peor, ella corre en esa dirección y puede encontrar a su pareja parado en la entrada de lo que parece ser un comedor. Apenas entra a la habitación, puede sentir que un impulso violento se empieza a apoderar de ella; el aire está cargado de una energía filosa, algo no anda bien aquí, así que, buscando la fuente que le provoca el bizarro sentimiento, empieza a escanear el lugar. Lo primero que nota es cómo, enfrente del hombre, se encontraba una larga mesa de madera flanqueada con varias sillas. Del otro lado, una caja de metal se encontraba posada sobre la mesa y detrás de esta se hallaba un hombre de gran estatura atado a una silla con cinta adhesiva. Su rostro estaba lleno de heridas que todavía sangraban. La camisa que portaba, antes blanca, ahora tiene grandes manchones carmesí en la zona del pecho. Al lado de este, del lado derecho, escrito en la pared con sangre, estaba la frase “Si sobrevives, nos vemos en el bosque”.

  —?Si sobrevives? Qué mierda —murmura la mujer, no entendiendo lo que la frase quiere decir.

  La mente de John oscurece todo lo que no sea la imagen de su padre atado a la silla; un maremoto de ideas surca su cerebro y lo paraliza: la culpa apu?alando profundamente la boca de su estómago, la ira hirviendo sus entra?as y la preocupación nublando su juicio. No sabía qué hacer; el estado del hombre enfrente de él es extremo hasta el punto de que no sabía si se encontraba vivo o no. él se queda mirando fijamente el cuerpo en busca de un movimiento, un sonido que le indique que no había llegado tan tarde y, en cuanto lo encuentra, un leve movimiento de la cabeza, se lanza hacia adelante con la intención de salvar a su progenitor.

  —Pa, soy yo, John, todo va a estar bien, resiste un poco más —dice el hombre, dejando el revólver en el piso y canalizando Ether verde e inyectándolo directamente en el cuerpo del hombre.

  Lentamente, las heridas empiezan a emanar partículas verdes, pero antes de que se pudieran cerrar, John es tomado del cuello y debajo de la axila y arrastrado hacia atrás con fuerza.

  —?Qué mierda haces, suéltame! —grita el hombre mientras intenta liberarse empujando a la persona que lo tenía agarrado.

  Narciso trastabilla e impacta en la pared con un golpe seco. Cuando se recupera, mirando a John directamente a los ojos, dice—Detente, lo vas a matar si continúas, ?acaso no lo sientes?

  John se detiene, no entendiendo lo que el arcanista le quiere decir, pero cuando se concentra en los alrededores, puede sentir esta energía violenta y viciosa que se arremolina cerca suyo. Mira a su padre, apenas consiente, no queriendo creer lo que su cerebro le dice; aparta la mirada y vuelve a clavar la vista en Narciso. Este asiente de manera triste, confirmando sus peores miedos. Con las manos temblándole, se acerca una vez más hacia el hombre en la silla y desabrocha la camisa mostrando el torso. Dentro del pecho, del lado izquierdo, se encontraba una esfera de cristal carmesí del tama?o de un pu?o, fusionada a la carne por las fuerzas del Ether; esta pulsaba con una luz roja que cada vez se volvía más brillante.

  —Narciso, ?cómo solucionamos esto? Tiene que haber alguna forma —pregunta el hombre luego de unos segundos que necesitó para reponerse del shock.

  —No podemos —responde el arcanista en un tono triste.

  —?Cómo que no podemos? ?Me estás diciendo que con lo poderoso que es el Ether no podemos quitar una esfera del pecho de un hombre? —interroga John, no pudiendo creer lo que escuchan sus oídos.

  —No es una esfera común, John, es un núcleo, Ether cristalizado y refinado, extremadamente puro; por lo general se usan para crear objetos mágicos, pero... —Narciso se detiene, sus ojos moviéndose sobre la caja de metal encima de la mesa— hay arcanistas que experimentaron con el cambio de órganos como intento de mejorar sus capacidades mágicas o reemplazar partes da?adas. Solo he visto este tipo de operaciones una vez, en el Amazonas; digamos que no salió bien.

  Siguiendo la vista del arcanista, John llega al mismo destino. Una expresión de confusión se marca en su cara para luego ser reemplazada por una de incredulidad. Devolviéndole la vista a su compa?ero con una expresión seria, pregunta —?Qué hay en la caja?

  —John, creo que ambos sabemos la respuesta a esa pregunta —responde el hombre en un tono de tristeza que acompa?a con una mirada de pena.

  Empezando a sudar profusamente, John no le quita la vista al contenedor; su cerebro, no queriendo aceptar la información que acaba de recibir, lo impulsa a investigar, demostrar que está equivocado, que tal vez todo esto es un error. Lentamente se acerca a la caja y retira la tapa de metal, revelando el interior; en ese momento trastabilla, no pudiendo creer lo que acaba de ver: en la abisal oscuridad se podía ver la silueta de un corazón. Apoyándose en la mesa para no caer, la habitación comienza a girar; recuerdos de los días que pasó con su padre inundan su mente. Puede sentir cómo su cordura se va deshaciendo poco a poco; el peso de lo que pasó en los últimos meses por fin lo alcanza y amenaza con fracturar su mente de manera irreparable. Su cerebro busca de manera desesperada alguna forma de que las pocas hebras que lo ataban a la realidad no se terminen de deshilachar, pero no encontrándola, decide que la mejor manera de protegerlo es simplemente apagarse.

  El hombre empieza a caer y en ese momento Abigail se acerca rápidamente para tratar de agarrarlo, pero antes de que pudiera poner sus manos sobre él, se escucha el sonido de cadenas rompiéndose y, como si nada hubiera pasado, él recobra el balance. Enderezándose en toda su altura, toma la tapa de metal y cierra el contenedor. El aura que lo rodeaba había cambiado repentinamente; ahora era más fría y peligrosa que antes, haciendo que los tres arcanistas lo miren extra?ados por unos segundos, no sabiendo qué hacer.

  —?John? —pregunta Abigail, rompiendo el silencio con un tono de preocupación.

  No hay respuesta, solo la mirada de unos ojos lejanos que la observaban con una mezcla entre piedad y desprecio.

  Ante la expresión, la mujer frunce el ce?o, no entendiendo por qué la mira de esa manera y avanza los últimos pasos que los separan, tomando los hombros del hombre mientras, llena de preocupación, pregunta —?Estás bien?

  Silencio, es lo único que le devuelve; con un suave movimiento se quita las manos de la mujer de encima y se mueve hacia donde estaba el revólver. Agachándose, lo toma en una mano y, al levantarse, lo coloca en la sien de Luke. Lentamente, pone su dedo en el gatillo con la intención de apretarlo, pero este no responde. Lo vuelve a intentar, y lo único que consigue es que el índice tiemble un poco, pero nada más. él suspira y, con una expresión neutra, como si supiera que esto iba a pasar, mientras cierra los ojos dice —Todavía no.

  Al volver a abrirlo, el rostro de John se retuerce primero en una cara de confusión y luego en una de horror al darse cuenta de lo que está haciendo. Con un rápido movimiento del brazo, lanza el arma hacia un costado; esta se desliza sobre la mesa, quedando en la otra punta del mueble.

  —?Qué? ...Yo... —John tartamudea, no entendiendo qué está pasando y haciendo unos pasos para atrás; mira a sus compa?eros en busca de respuestas, pero antes de que pudieran empezar a explicar la situación, un gemido corta todo intento de comunicación.

  Mirando hacia atrás, el hombre puede notar cómo el núcleo carmesí empezaba a brillar más fuertemente, venas de cristal empezando a emanar de la herida, extendiéndose en todas direcciones sobre la piel de Luke. Saliva se acumula en el borde de su boca mientras que su cara se contorsionaba en una máscara de dolor y sufrimiento.

  John intenta acercarse, pero la vorágine de Ether rojo acumulándose alrededor de su padre hace que el intento sea imposible. En ese momento, Narciso lo toma del brazo y empieza a arrastrarlo hacia la salida.

  —?Qué mierda haces? Suéltame, Narciso —el hombre lucha desesperadamente, pero el hombre es mucho más fuerte de lo que parece.

  —Tenemos que salir de aquí, se está rompiendo y por la cantidad de energía acumulada te aseguro que no queremos estar aquí cuando eso finalice —explica el hombre mientras continúa arrastrando a su compa?ero hacia la salida más cercana.

  Las dos mujeres lo siguen rápidamente, Lorena asegurándose de tomar el revólver de encima de la mesa antes de salir de la habitación. Con celeridad atraviesan la sala de estar y salen afuera de la casa, donde son recibidos por la torrencial lluvia. Recién es en estos momentos cuando John se puede liberar del agarre de Narciso y, antes de que pudiera ser detenido, corre en dirección de la vivienda, pero no llega muy lejos antes de que una fuerte explosión lo deje tirado de espaldas, luchando para respirar.

  Girando sobre sí mismo, se levanta a duras penas y, dándose vuelta, mira pasmado a los escombros de la casa; el dolor físico, ahora mezclándose con el sufrimiento emocional, paraliza cualquier movimiento del cuerpo, dejándolo inmovilizado debajo del diluvio. Varios recuerdos de su infancia recorren su mente como cientos de flashes, uno detrás de otro, y lentamente la culpa empieza a punzar una vez más, la idea de hacer enmiendas con su familia lentamente derrumbándose como la morada enfrente de él.

  Siente que algo lo toma desde debajo del brazo y lo levanta; mirando hacia arriba, puede ver a Narciso que, con una cara preocupada, no saca la vista de los escombros.

  —Esto todavía no ha terminado, John, aún falta la peor parte —dice el arcanista mostrando una expresión de absoluta concentración.

  John en un principio no entendía a qué se refería. ?Qué podría ser peor? Pero entonces lo siente, una masa de ira y violencia acercándose hacia ellos; usando a Narciso como apoyo, se levanta rápidamente y busca en su costado su revólver, solo para encontrarlo vacío. Maldiciéndose a sí mismo por el momento de pánico, mira alrededor en busca de algún arma para defenderse y puede ver a Lorena cerca de él, extendiendo el brazo, revólver en mano, en su dirección, ofreciendo la culata del arma.

  —Gracias —dice el hombre mientras toma el objeto.

  —No te preocupes, sé lo que se siente —comenta la mujer con una expresión seria mientras toma el SMG que se encontraba colgado sobre su hombro con una cinta verde y lo apunta hacia las ruinas.

  John la mira por unos segundos para luego asentir y hace lo mismo. En un principio no pasó nada, no había movimientos, pero la maza de Ether rojo les impedía bajar la guardia. La espera se alarga por lo que parecen horas, aunque no pudieron ser más que unos minutos y entonces, de la nada, un temblor agita el suelo debajo del grupo. Mientras luchan para mantener el balance, una pila de escombros explota y de ella sale un pedazo de metal con la forma de una medialuna, el borde exterior, que se dirigía hacia ellos, afilado a tal punto que cortaba madera, piedra y metal como si fueran agua. Narciso y Lorena saltan hacia un costado rodando por el piso, pero a pesar de que estaba preparado para un posible ataque, todo lo que acaba de pasar dejó al hombre más lento de lo usual, haciendo que se mueva demasiado tarde para esquivar la filosa hoja. Canalizando, Ether naranja refuerza su prótesis esperando poder desviar el ataque, pero antes de que pudiera impactar, algo lo toma desde los hombros y lo levanta rápidamente en el aire. Sorprendido al ver que el suelo se alejaba cada vez más, mira hacia arriba y puede notar como un mirlo verde, del tama?o de un cóndor, lo mira con ojos negros mientras vuela alrededor de las ruinas.

  —?Tim? —dice John, no pudiendo creer sus ojos.

  El animal no dice nada, solamente da un giro en el aire y comienza a descender. Mientras lo hace, el hombre puede apreciar, desde la altura en la que se encuentra, cómo la cadena conectada a la cuchilla se empieza a tensar, pero en vez de volver hacia donde vino, una criatura gigante es impulsada en su dirección. De piel grisácea y cuerpo obeso, la abominación que salió de los escombros se alzaba tres metros sobre el resto de los presentes. Sus piernas cómicamente peque?as parecían imposibles de mantener con tan voluminoso peso, pero lo que realmente extra?aba al hombre eran las extremidades superiores: en vez de brazos, pesadas cadenas que terminaban en filosas navajas estaban acopladas al carnoso torso. Estas se movían de manera antinatural, casi flotando en el aire; en su cabeza, capas de piel y carne daban la apariencia de que estaba usando una especie de máscara y, en su pecho, un núcleo de cristal brillaba fuertemente con un color carmesí.

  Mientras Narciso y Lorena, uno de cada lado, mantenían a la criatura ocupada, Tim deja a John al lado de Abigail.

  —?Qué demonios es eso? —pregunta John, claramente preocupado, mientras levanta su arma, esperando una oportunidad de atacar.

  —Es una bestia de ejecuciones, una esquirla de nivel 4 —explica la mujer mientras canalizan Ether verde.

  —Mierda, ?nivel 4? ?Podemos enfrentarnos a esta cosa? —cuestiona el hombre recordando los sucesos en el hospital.

  —Va a ser difícil, pero no es imposible —dice la mujer con confianza mientras hace un movimiento con la mano.

  Tila reacciona de manera inmediata y se lanza al ataque, corriendo a toda velocidad hacia la criatura. A medida que avanza, su cuerpo empieza a ser recubierto por partículas verdes y, para cuando llega lo suficientemente cerca, su tama?o es el de un auto peque?o. De un salto se arrebata en contra de los pliegues del cuello de la esquirla; los dientes del animal recubierto de energía verdosa atraviesan la gruesa piel y arrancan un pedazo de carne. Sangre carmesí sale disparada en todas direcciones al mismo tiempo que el ser ruge con redoblada ira mientras se sacude violentamente para quitarse al animal de encima. Ante la agitación, Tila se impulsa hacia atrás haciendo una pirueta en el aire y cae enfrente del monstruo; el pedazo de tejido en su boca se evapora en partículas rojas. Ante tan brutal ataque, la criatura enfoca su atención en el animal, lanzando las cuchillas en su dirección. Ella esquiva la primera pegando un salto, pero de repente la segunda, movida por una mano invisible, cambia de dirección y apunta directamente al perro. No pudiendo maniobrar en el aire, Tila se prepara para recibir el impacto cuando una bala cubierta en energía plateada impacta en la hoja desviándola, salvando al canino en el último momento.

  Con los dos medios de defensa que la esquirla tenía temporalmente inutilizados, John empieza a acumular Ether rojo en el arma y apunta al núcleo en el pecho. Cuando por fin junta suficiente energía, intenta disparar, pero el dedo no se mueve; algo dentro de él todavía quiere creer que hay una solución. En ese momento de duda, una de las cuchillas se arranca del suelo y sale volando en dirección a Abigail. John observa esto horrorizado con el rabillo del ojo y, antes de que se diera cuenta, una línea de humo había atravesado el centro de la esfera carmesí, partiéndola en mil pedazos. La criatura cae de rodillas y lentamente su cuerpo se empieza a deshacer, empezando por las cuchillas, una de las cuales estaba a pocos centímetros de la cara de Abi, siguiendo por las cadenas hasta llegar al cuerpo. El ser jadea en busca de aire a medida que su pecho se desvanece y, justo antes de que se volviera polvo, mirando a John, dice —Hijo... lo... sien... —Lamentablemente, no puede terminar la frase antes de que el viento de la tormenta lo arrastre lejos. En el suelo, un corazón carmesí hecho de cristal es lo único que queda como prueba de la existencia del ser.

  —Yo también, Papá, yo también —dice el hombre mientras baja el revólver y se apoya contra el auto, una lágrima recorriéndole la mejilla.

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