La bestia avanzó con un rugido cargado de odio, pero Asteron permaneció inmóvil, estudiándola con una calma glacial que resultaba más aterradora que cualquier reacción violenta.
La sonrisa que curvaba sus labios era cruel, casi juguetona, pero sus ojos... sus ojos eran pozos vacíos, oscuros como la noche misma, iluminados únicamente por un destello de algo inhumano.
—?Es todo lo que tienes? —murmuró, ladeando la cabeza como si la estuviera desafiando a sorprenderlo.
La criatura se lanzó hacia él, veloz y letal, pero Asteron no retrocedió. Al contrario, su cuerpo se movió con una precisión sobrenatural, esquivando las garras de la bestia con una fluidez que parecía más danza que batalla. En un solo movimiento, una de sus cuchillas atravesó la pierna trasera de la criatura, desgarrando músculos y tendones.
La bestia cayó al suelo, rugiendo de dolor, pero Asteron no le dio oportunidad de recuperarse.
—Ah, ?duele? —preguntó con una voz burlona, mientras giraba a su alrededor, casi con desinterés. Su tono estaba cargado de desprecio, como si la vida de la criatura fuera menos que nada para él—. No tienes idea de lo que es el dolor... todavía.
La hoja izquierda cortó profundamente uno de los costados de la criatura, y la derecha trazó un arco que desgarró la carne de su lomo. La sangre negra manchó el suelo, pero Asteron no se detuvo. Cada ataque estaba calculado para no ser mortal, para prolongar el sufrimiento.
—?Te sientes impotente? —continuó en un susurro venenoso que resonaba sobre los gru?idos y chillidos de la criatura—. ?Te arde saber que no puedes hacer nada para detenerme? Bienvenido al infierno que tú y los tuyos trajeron aquí.
La bestia intentó retroceder, pero Asteron fue implacable. Su cuchilla atravesó una de las patas delanteras con un movimiento brutal, clavándola al suelo.
La criatura aulló, en un sonido agudo que resonó en la plaza, pero Asteron simplemente se inclinó hacia ella y sus ojos verdes brillaron intensamente.
—?Quieres correr? —susurró tan suave como el filo de sus armas—. Lo siento... ya no tienes esa opción.
Retorció la hoja, arrancándole otro alarido que hizo eco entre las calles del pueblo. Aquello no era un simple enfrentamiento; era una ejecución lenta y deliberada, una muestra de una ferocidad controlada que rayaba en la demencia.
Finalmente, la criatura dejó de luchar. Su cuerpo, lleno de cortes profundos y sangrantes, temblaba de forma errática. Los ojos que antes estaban llenos de furia, ahora brillaban con puro terror.
Intentó retroceder, soltando un gemido bajo y lastimero, pero no tenía fuerzas para huir.
—Oh, ?te arrepientes? —murmuró Asteron, inclinándose hacia su rostro. Una gota de sangre negra cayó de una de sus cuchillas y se deslizó por su mejilla mientras hablaba—. Demasiado tarde.
Con un movimiento rápido y certero, hundió ambas cuchillas en el cráneo de la criatura. Esta soltó un último gemido trágico antes de desplomarse y su vida se apagase en un suspiro.
Asteron permaneció inmóvil por un instante, observando cómo el cuerpo inerte de la bestia se desangraba lentamente en el suelo.
Se puso de pie, con su respiración apenas alterada por la intensidad del enfrentamiento. Levantó sus cuchillas y, con un simple giro de mu?eca, las sacudió, salpicando la sangre que las cubría hasta dejarlas impecablemente limpias.
Un ruido sordo atrajo su atención.
Giró la cabeza hacia la calle principal, donde otras cuatro bestias emergían de las sombras. Una de ellas, más grande y horrenda que las demás, caminaba al frente, un alfa que comandaba a su manada con una presencia imponente. Sus ojos brillaban con inteligencia cruel y hambre. En sus fauces, un torso humano aún colgaba y sus huesos crujían mientras lo masticaba.
Asteron observó la escena con frialdad. No mostró miedo, ni rabia. Solo... expectación.
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—Ah, al fin... —dijo con sarcasmo, mientras daba un paso al frente—. Supongo que tú debes ser el líder. Qué decepción... esperaba algo más impresionante.
El alfa lo miró, soltando un gru?ido bajo que hizo temblar la tierra y Asteron sonrió, esa curva helada y sin alma que parecía prometer un sufrimiento inimaginable.
—Espero que seas más entretenido que tus perros —a?adió, levantando una de sus cuchillas y se?alándolo con ella—. Ven, demuéstrame si eres digno de morir por mi mano.
Pero el alfa se detuvo en seco y sus ojos oscuros estudiaron cada detalle del campo de batalla. Sus fosas nasales se ensancharon mientras el hedor de la sangre y la carne llenaban el aire. Observó los cadáveres de las bestias caídas, sus cuerpos desmembrados y deformados, antes de posar su mirada en Asteron, quien permanecía firme, sosteniendo sus cuchillas con una confianza fría.
No emitió sonido alguno, ni un rugido ni un gru?ido. Pero algo cambió en el aire. Las tres bestias que lo acompa?aban reaccionaron al instante, como si un comando invisible hubiera resonado en sus mentes.
Con un rugido ensordecedor, se lanzaron hacia Asteron, moviéndose como sombras vivas, rápidas y letales.
—?Eso es todo, líder? —Asteron arqueó una ceja, dejando escapar una risa seca y llena de desprecio—. Mandas a tus perros porque temes ensuciarte las patas. Patético.
El sarcasmo en su voz era como un veneno dirigido directamente al orgullo del alfa, pero este permaneció impasible, observando desde la distancia.
Las tres bestias atacaron con una coordinación feroz. Una fue directo a sus piernas, otra a su costado, mientras que la tercera se alzó buscando desgarrarle el rostro.
Asteron reaccionó con precisión calculada. Giró sus mu?ecas, y las cuchillas de Corte Etéreo chispearon, listas para otro enfrentamiento.
Esta vez, no había lugar para el espectáculo. Sabía que estaba llegando al límite de su resistencia. La cantidad de Aether que había canalizado hasta ese punto era considerable, y aunque su experiencia le permitía usarlo con eficiencia quirúrgica, su cuerpo aún era el de un Adepto del Arcane, del nivel más bajo en la senda de ascensión. No podía ignorar los espasmos en sus músculos ni la creciente quemazón en sus conductos etéreos.
—Hora de acabar con esto... rápido —murmuró, más para sí mismo que para sus enemigos.
Esquivó el primer ataque, deslizando su cuerpo bajo el salto de una de las criaturas. La hoja de su cuchillo izquierdo cortó con limpieza la garganta de la bestia, provocando una explosión de sangre negra que manchó el aire. Antes de que el cuerpo cayera, giró sobre sus talones para bloquear el ataque de la segunda, que se abalanzaba desde su flanco derecho. La criatura lanzó un zarpazo que lo golpeó como un ariete, enviándolo hacia atrás, pero las garras no lograron atravesar su ropa.
Asteron aterrizó con fuerza, sintiendo cómo el impacto le arrancaba un grito mudo de dolor. La presión en su pecho le indicó que al menos una costilla estaba rota, pero no podía detenerse. Se levantó de inmediato, limpiándose la sangre de los labios con el dorso de la mano.
—Bien, me están haciendo sudar. —Sonrió, con voz te?ida de una ferocidad oscura—. Pero eso no cambiará su destino.
La tercera bestia lo atacó antes de que pudiera tomar aire. Fue más rápida de lo que esperaba, y aunque logró esquivar el golpe principal, la criatura giró sobre sí misma y le propinó un golpe directo con su enorme cola, lanzándolo contra una pared cercana.
Sintió el aire escapársele de los pulmones, pero no soltó sus cuchillas. Se impulsó hacia adelante con un rugido, cortando la pata trasera de la bestia en un arco descendente que la hizo caer con un chillido de agonía.
Antes de que pudiera recuperarse, Asteron saltó sobre su lomo y hundió ambas cuchillas en su nuca, un movimiento certero que apagó su vida al instante.
"Quedan dos"
El dolor en sus costillas era insoportable, pero lo ignoró. La segunda bestia aprovechó su aparente debilidad para lanzarse de nuevo, pero Asteron giró en el último segundo, permitiendo que su cuchilla derecha cortara profundamente en su costado mientras su izquierda se clavaba en su ojo. La criatura aulló, tambaleándose, y un solo giro de su hoja bastó para atravesar su cerebro, acabándola al instante.
La última bestia retrocedió un paso, como si dudara.
Asteron avanzó hacia ella con una respiración pesada y sus movimientos cada vez más lentos, pero sus ojos brillaban con una intensidad asesina.
—Vamos, no me hagas ir por ti —gru?ó, con una sonrisa torcida.
La criatura cargó con desesperación, y Asteron, en un movimiento limpio pero dolorosamente rápido, giró sobre su eje. Sus cuchillas trazaron un arco letal que abrió mas profundamente el cuello y el vientre de la bestia.
Esta cayó al suelo con un gemido ahogado y su vida apagándose mientras Asteron exhalaba con fuerza, agotado.
Antes de que pudiera bajar la guardia, sintió el peligro como un escalofrío en la columna. El alfa había aprovechado el momento para atacar. Aunque Asteron esquivó por instinto, el golpe del monstruo lo alcanzó parcialmente, lanzándolo varios metros por el aire.
Rodó por el suelo, sintiendo cómo el impacto le arrancaba más sangre y cómo el dolor punzante en su costado confirmaba la fractura de otra costilla.
Se levantó con dificultad, escupiendo sangre. Su pecho subía y bajaba de forma irregular, pero su sonrisa, esa curva retorcida y cargada de burla, permanecía en su rostro.
—Ah, ahí estás —dijo, limpiándose la sangre de la boca con el dorso de la mano—. Finalmente decides ensuciarte las garras...
El alfa lo observó, con sus ojos llenos de inteligencia depredadora, mientras Asteron alzaba sus cuchillas, todavía pulsando con la energía del Aether.
—Vamos, rey cobarde. —Sus ojos destellaron con malicia—. Ensé?ame por qué lideras a esta manada. O muere como el perro que eres.