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Amo de las Sombras

  Hace diez a?os, el sol abrasaba la Fortaleza Oscura, la academia militar de guardianes en Trisary. El calor era tan intenso que podía cocer la piel y erizar cada vello del cuerpo al poco de salir al exterior, como si uno estuviera metido en una estufa, capaz de marear o enfurecer a cualquiera.

  Una veintena de ni?os corrían por el patio, exhaustos, sin importar el sol abrasador del mediodía. Habían dado varias vueltas sin descanso, al borde de sentir cómo sus piernas flaqueaban, los músculos se desgarraban y la seda los consumía.

  La tentación de caer en la arena y rendirse era palpable en los rostros enrojecidos de los ni?os, sus cuerpos jadeantes. Los pulmones ardían, como calderas a punto de estallar, pero el sufrimiento aún era preferible a la condena que les aguardaba si alguno de ellos se desplomaba.

  Lo que debía ser una carrera se convirtió en una huida desesperada. Los infantes eran perseguidos por un instructor con una cuarta, dispuesto a golpear a cualquiera que cayera. La vida de un aspirante a Guardian era una lucha constante por sobrevivir.

  En ese lugar se separaba a los fuertes, futuros defensores de los reinos. Las pruebas cobraban vidas; los débiles debían ser eliminados. Era una ley que regía los entrenamientos.

  La misma historia de siempre: un infierno arrasando un poblado, un ni?o que lo perdía todo y un encuentro marcado por el destino. "Ni?os Destinados", les decían a esos huérfanos recogidos por los guardianes, reclutados como futuros aspirantes.

  El sexo o el origen del ni?o carecían de importancia; un guardián podía surgir de cualquier rincón del mundo. Representaban la neutralidad absoluta, encarnando la espada y el escudo de los reinos dominantes.

  A la cabeza de los aspirantes destacaba un ni?o recién llegado desde Nyashta, al norte del continente. Había sido traído por el propio director de la Fortaleza Oscura y, como su "Ni?o Destinado", sin privilegios, salvo por dos excepciones: debía asearse en privado y estaba estrictamente prohibido quitarle la máscara. Cualquiera que desobedeciera sería castigado públicamente con azotes de un látigo de siete colas.

  Estas reglas inusuales avivaban la curiosidad tanto de los instructores como de los alumnos, pero nadie osaba cuestionarlas abiertamente. Los susurros se multiplicaban entre el personal que veía el ejercicio:

  — ?Será un rostro desfigurado por torturas?

  —Tal vez una enfermedad contagiosa o degenerativa.

  — ?Y si su máscara oculta algo más? Algo que ni siquiera el director quiere que sepamos. Ese chico da escalofrios, es bastante travieso y se rie por todo.

  —Escuché que ese clan de asesinos lunáticos del Eclipse experimentó con él, a pesar de tener el don. Dicen que fue uno de sus últimos aspirantes antes de que la organización cayera en desgracia. De no ser por la protección del director, seguramente ya le habrían dado caza.

  —?Eso es imposible! Pocos sobrevivieron a un procedimiento así.

  —Tú lo dijiste, es uno entre cientos... Tiene el potencial de un hechicero y el físico sobrehumano de un mutante artificial. Quizás aún no por completo, por ser un ni?o no llega a ser sobre humano todavía, pero se desarrollará con el tiempo.

  —?Y de la mente? ?Cómo está?

  —No se ha quitado la vida, como suelen hacer los miembros que fracasan, así que no terminaron de lavarle el cerebro. Poco se sabe sobre cómo lo reclutaron, pero su due?o era amigo cercano del director. Su condición de mutante especial debía parecerle fascinante.

  —Un mutante entre mutantes. No imagino el tipo de poder que alguien así puede alcanzar, no sin pagar un precio muy alto.

  —?Notaste el sable que llevas contigo? —susurró uno de los instructores.

  —Sí, es un sable nyashtiano. Lo llama "Ronin". se la dio a guardar al director... hasta que se graduara.

  —?Ronin? —preguntó otro, arqueando una ceja—. Como el sobrenombre que le dan a los desertores del Eclipse, ?no?

  —Exacto. Aunque dudo que sea la denominación original de la espada. Por alguna razón, él decidió cambiarle el nombre.

  —Curioso... ?Será un recordatorio o una burla hacia su pasado?

  —Quién sabe. Pero sea lo que sea, ese arma y ese nombre cargan con un significado que ninguno de nosotros entiende.

  El enigmático ni?o, Lance Fudo, siempre llevaba una máscara negra que cubría todo su rostro y guantes del mismo color. Era un león rodeado de peque?os gatitos, gracias a las extremas habilidades adquiridas en los monasterios de asesinos oscuros.

  Finalmente, sucedió lo inevitable: uno de los ni?os dio un paso en falso, interrumpió su ritmo y cayó de cara contra la arena, incapaz de levantarse al sentir todo su cuerpo pesado. Como una bestia al acecho, la visión del instructor se posó en el primer aspirante derrotado.

  Los ni?os lo miraron de reojo y siguieron adelante; algunos sintieron pena e impotencia, susurrando oraciones por el caído, mientras mantenían oculto el pensamiento de "mejor él, y no yo" otros hasta se burlaron de él.

  El empezó a ser golpeado sin piedad por su perseguidor, mientras que el resto del ni?o se retiraba lejos de la vista de los ni?os por orden del director a través de los altos partantes, todos menos por el instructor de la carrera; la prueba real había comenzado.

  A pesar de sus esfuerzos por levantarse, cada golpe lo hacía caer de nuevo al suelo, su cuerpo exhausto y dolorido. Lance, observando la escena de reojo. No era la primera vez que presenciaba algo así; Estaba firmemente consciente de que no sería la última. Había atravesado entrenamientos brutales, cada uno más desgarrador que el anterior, donde el dolor y la violencia eran moneda corriente.

  En ese momento, se sentía distante de sus compa?eros, casi un espectador en un teatro de sombras, que solo podía permitir un atisbo de lástima. Convencido de que solo los fuertes, aquellos con un espíritu indomable, podrían sobrevivir. Sin embargo, los quejidos del ni?o eran penetrantes, taladrando su mente como un eco persistente, similar a los de ni?os en Eclipse.

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  Cuando se trató de recuperar la mirada al frente, el tiempo pareció ralentizarse. En ese instante, sus pensamientos se cortaron de golpe al ver como la chica del segundo lugar se dio la vuelta, sus ojos decididos iluminados por una chispa de valentía al saltar sobre la espalda del instructor desprevenido, golpeandolo en la cabeza con una roca que tomó. de la arena.

  En un instante increíble, su cuerpo, robusto se tambaleó y cayó al suelo, ante la mirada atónita de todos los aspirantes a guardianes. Entre ellos estaba Lance, quien, como una respuesta biológica de un alfa que encuentra un igual, se detuvo en seco.

  —??Drake, tienes que defenderte!! —gritó Alice, su voz resonando con urgencia mientras se apresuraba a ayudar a su compa?ero, quien se levantaba torpemente del suelo, tambaleándose como un pez fuera del agua—, ?No seas...!

  Su rega?o fue brutalmente interrumpido por el sonido sordo de un cuartozo que impactó su espalda, empujándola de cara contra el suelo. El golpe fue doloroso y la dejó aturdida, pero la furia en el rostro del instructor era aún más aterradora.

  Furibundo por la humillación de ser derribado por una ni?a, el instructor dejó de lado cualquier vestigio de compasión, al sentir el dolor punzante en su frente de la que caía un hilo de sangre. Su mirada ardía con rabia, y se centró únicamente en cobrar venganza, olvidando por completo al otro ni?o, al que consideraba ya derrotado y sin valor.

  Cuando el instructor se preparaba para rematar a la aturdida Alice, aún tendida en el suelo, Drake, consumido por una rabia salvaje, se lanzó sobre la espalda del hombre. En un acto que desafiaba su adolsencia, mordió con furia la oreja del instructor, sus dientes hundiéndose en la carne como si fueran colmillos de un depredador.

  El instructor gritó, un sonido que mezclaba sorpresa y dolor, mientras Drake arrancaba un trozo de carne. La escena era grotesca; de la herida brotó un líquido sanguinolento, y algunos hilos de nervios se desenredaron como hilos de una rota roja. El instructor, atrapado entre la ira y la agonía, perdió momentáneamente el control, sus manos buscando deshacerse de la peque?a criatura que lo atacaba.

  El agarre en la cuarta se volvió endeble, y se resbaló de entre los dedos del instructor. En medio de la cólera el instructor tomó a Drake de los cabellos, y lo arrojó lejos de él.

  Drake cayó pesadamente sobre su estómago, rodando por el suelo antes de levantarse de rodillas. Con desprecio, escupió el trozo de carne, un acto que resonó con una rabia desatada.

  Su rostro, manchado de tierra y sangre, reflejaba un estado primitivo; las venas marcadas de su única mirada carmesí resplandecían con un odio psicótico dirigido hacia el instructor, que aún chillaba de dolor mientras intentaba presionar la herida sangrante.

  El ni?o arto del abuso, alzó los pu?os en una postura defensiva, como un boxeador dispuesto a pelear. Su aliento entrecortado no mostraba debilidad; en cambio, la tenacidad brillaba en sus ojos, desafiando cualquier noción de rendición.

  Aprovechando la confusión, Alice se lanzó hacia la cuarta que yacía en el suelo. Al levantarlo, el peso del arma la hizo sentir una chispa de valentía, y con una determinación renovada, propinó un golpe certero en la pierna del instructor, usando el tomo metálico del arma a modo de garrote.

  El sonido seco del impacto resonó en el aire, seguido por un quejido de dolor que brotó de sus labios. Sin perder tiempo, Drake, aún cargado de furia, lanzó una patada que se estrelló contra la cara del hombre.

  El instructor, aunque tambaleándose, logró aferrarse al suelo y se impulsó hacia arriba con un alarido bestial, sus brazos alzándose como garras listas para atacar. El grito era un eco de su rabia, y tanto Alice como Drake retrocedieron, preparados para cualquier contraataque, tomando en practica lo aprendido en las clases de artes marciales.

  En medio de la tensión, el instructor desenvainó su pu?al, pero antes de que pudiera usarlo, Lance lanzó una roca con la precisión de un shuriken, golpeando el brazo del instructor y desarmándolo, haciendo que el cuchillo se deslizara lejos, perdido en la arena. .

  —?Ustedes son unos jodidos lunáticos! ??Me encanta!! ?Que se joda la autoridad! —exclamó Lance entre carcajadas al unirse a Drake y Alice, quienes no pudieron ocultar su sorpresa ante el comportamiento tan impredecible de su compa?ero.

  Pero no hubo tiempo para la calma. El instructor, furioso, se puso de pie buscando su cuchillo, lanzando promesas de muerte. En ese instante, los tres ni?os se lanzaron al ataque, desbordando furia y determinación en cada movimiento.

  Sus patadas, garrotazos y mordidas caían sobre él como una lluvia ácida, implacables y frenéticas, como una jauría de lobos acechando a su presa. Tres cazadores se enfrentaron a un monstruo que los superaba en fuerza y ??tama?o. Cada golpe resonaba en el aire, un eco de la venganza por las heridas invisibles que les había infligido.

  A medida que la escena se intensificaba, los rostros de los ni?os que observaban comenzaron a cambiar. El miedo y la indiferencia se transformaron en rabia, una furia que ya no podía ser contenida.

  Los alaridos de la trinidad resonaron, y, como si un llamado ancestral se hubiera despertado en ellos, casi una veintena de aspirantes corrieron hacia la lucha. Se unieron al frenesí, y la resistencia del instructor se desvaneció, convirtiéndose en una ejecución ritual.

  La locura estalló; los gritos de los ni?os se unieron al crujir de huesos y al sonido sordo de golpes. En ese instante, todos fueron testigos y participantes de una brutal revelación: el verdadero rostro del poder y lo que realmente significa ser un sobreviviente en su mundo.

  Nadie intervino. Los profesores y miembros del personal se mantuvieron al margen, cumpliendo una orden del director. El desenlace era esperado. Ese instructor no era más que un criminal cuya presencia formaba parte de su condena. Se había convertido en un sacrificio, una ofrenda para templar las espadas de aquellos que lo observaban.

  Cuando la locura se calmó, los aspirantes quedaron paralizados, atónitos ante la escena que tenían ante ellos. Como gladiadores victoriosos, la veintena de ni?os ahora se erguía sobre el cuerpo brutalizado de su agresor.

  Sus uniformes manchados de sangre y tierra, y los temblorosos pu?os que goteaban manchas negras en la árida arena, mostraban los vestigios de la brutalidad desatada. Algunos incluso llevaban la sangre en la boca, un recuerdo macabro de lo ocurrido.

  El silencio que siguió fue denso. Solo se escuchaban respiraciones entrecortadas y el llanto de algunos ni?os que aún mantenían vestigios de humanidad, un hilo que pronto se desvanecería.

  La memoria de esa primera muerte, quedaría grabada en sus almas. Sumidos en un torbellino de emociones intensas, los ni?os no comprendían por completa la verdadera naturaleza de esa prueba, que estaba siendo observada desde la oficina principal de la academia.

  A través de una esfera de cristal, conectado a las cámaras de vigilancia, su rostro torcido en una grotesca sonrisa de satisfacción. La bestia había despertado en esos ni?os. Para cazar monstruos, tendrían que convertirse en peores monstruos.

  *

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