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2 - Arturo

  El atuendo que ahora envolvía el cuerpo de Arturo era un testimonio de la degradación y el abandono. Sus ropas, en lugar de reflejar la dignidad campesina de anta?o, parecían haber sido arrastradas por el viento y la lluvia durante un largo tiempo. Cada prenda estaba manchada, rasgada y desgarrada, como si hubiera sido rescatada de las profundidades de algún oscuro callejón.

  La túnica principal, en lugar de mostrar un tono terroso como la que solía llevar, estaba ahora te?ida de un negro desvaído y lúgubre. Los bordes de la tela estaban raídos y deshilachados, como si hubiera sido sometida a innumerables batallas contra el paso del tiempo y los elementos. Manchas de barro y suciedad se aferraban a la tela, marcando los recuerdos de historias tristes.

  Mientras que el cinturón que sostenía la túnica del joven era una simple cuerda gastada, retorcida y desgastada por el uso constante. Ya no era un accesorio decorativo, sino una necesidad para mantener las ropas en su lugar.

  Por otro lado, las botas que ahora cubrían los pies de Arturo eran una sombra de lo que una vez fueron. El cuero desgastado estaba repleto de agujeros, y la suela se había separado en varios lugares, haciendo que caminar fuera una tarea incómoda. Cada paso que daba resonaba con el eco de la decadencia y el abandono.

  Arturo se sentía como un vagabundo de tiempos olvidados, un nómada en busca de respuestas en un mundo que parecía haber perdido toda conexión con la realidad que conocía. Sus ropas, sucias, rotas y ennegrecidas, eran un reflejo de la incertidumbre y el misterio que ahora lo rodeaban, y se aferraban a él como símbolos de una nueva y desconcertante travesía que debía enfrentar.

  Tras darse cuenta de los cambios en su ropa y en su entorno, el joven no tardó en percatarse de que ahora mismo se había metido en un gran problema, puesto que la habitación en donde se encontraba parecía no tener salida alguna. La falta de una puerta visible y la ventana en una altura inalcanzable lo dejaron con una sensación de claustrofobia que le oprimía el pecho. En ese entorno inusual y desconocido, su atención se centró en el único mueble que parecía digno de interés: un espejo.

  El espejo, aunque roto y sucio, tenía un atractivo peculiar. A pesar de su aspecto desgastado, destilaba un aire de magia y enigma. Arturo se acercó lentamente, con cautela, como si temiera que el reflejo pudiera atraparlo en otro mundo aún más extra?o que el que ya estaba experimentado.

  Al mirar su propio reflejo en el espejo, Arturo notó algo inusual. Su imagen parecía distorsionarse levemente, como si las grietas y manchas en el cristal estuvieran danzando alrededor de su figura. Los colores eran más ricos y profundos, y los contornos parecían difuminarse. Arturo se sentía atraído por su reflejo, como si hubiera algo oculto en su interior, algo que esperaba ser descubierto.

  Siguiendo su corazonada, Arturo extendió su mano y tocó la superficie del espejo provocando que el difuminado reflejo que estaba viendo se tambaleara y una neblina densa comenzará a emerger del espejo, llenando la habitación con un manto misterioso y etéreo. Mientras tanto, en el espejo mismo, letras carmesí como la sangre comenzaron a tomar forma, una tras otra, hasta que finalmente se unieron para formar una pregunta intrigante:

  


  "?Dime quién eres!"

  Arturo se quedó paralizado por un momento, observando las letras enroscadas en el espejo. ?Quién era él en este extra?o mundo, en esta situación desconcertante? La pregunta resonaba en su mente, y sintió que era más que una simple consulta. Era un desafío, una llamada a explorar su propia identidad y su propósito en este lugar.

  Con miedo a lo desconocido, Arturo decidió responder. Sabía que debía encontrar respuestas y desentra?ar los misterios que rodeaban esta nueva realidad. Habló en voz alta, buscando seguridad en sus palabras:

  —?Soy Arturo!

  Mientras pronunciaba su nombre, las letras en el espejo parecían parpadear brevemente antes de que comenzarán a disolverse. La habitación tembló levemente, como si hubiera liberado una energía latente. No obstante el cambio más rotundo lo tuvo el propio Arturo, cuya expresión parecía ser completamente diferente a la del muchacho asustado y desconcertado que había pronunciado su nombre hace no mucho.

  Una sonrisa irónica comenzó a formarse en el rostro del joven, el cual con paciencia esperó a que la pregunta en el espejo finalmente desapareciera, dando lugar a que su propio reflejo se pudiera apreciar en la superficie de este espejo. No obstante esta vez la imagen no estaba difuminada, por lo que el joven pudo apreciar que su cuerpo había cambiado:

  Su rostro, que antes había sido el epítome de la belleza y la juventud, ahora estaba desfigurado. En lugar de tener un cabello casta?o brillante, su pelo era negro y grasoso, cayendo en mechones sucios sobre su frente. La piel que una vez había sido suave y luminosa ahora era áspera y arrugada, cubierta de manchas de tierra y raspaduras.

  Sus manos, en lugar de elegantes, eran esqueléticas y demacradas, con tumores y deformidades que marcaban la enfermedad y el deterioro. Una joroba torcida se alzaba en su espalda, como un testigo de una salud quebrantada.

  Los ojos verdes y resplandecientes habían dado paso a unos ojos oscuros, vacíos y sin vida, como dos pozos sin fondo que parecían absorber la luz misma. Sus orejas, en lugar de ser discretas, sobresalían en formas grotescas y desagradables.

  Su boca, antes llena de encanto y belleza, ahora exhibía dientes amarillentos y faltantes que se asomaban entre una sonrisa llena de escaras y heridas. La imagen que veía en el espejo era un espantoso reflejo de su propia pesadilla, una apariencia que se asemejaba a la de un ser atrapado en el abismo de la enfermedad y la agonía.

  No obstante lejos de sorprenderse por el cambio radical de su apariencia, Arturo miró al reflejo del espejo con particular cari?o y susurro:

  —Yo, soy Arturo…

  La sonrisa en el rostro de Arturo se hizo más profunda mientras escuchaba esa voz que le resultaba extra?amente familiar, pero que al mismo tiempo parecía haber estado oculta en las profundidades de su ser durante mucho tiempo. Era su propia voz, pero resonaba de una manera peculiar, como si hubiera sido pronunciada por otra persona. Puesto que el cansancio que arrastraba cada una de las palabras pronunciadas por el joven aparentaba que otra persona las hubiera comentado.

  Tras haber recordado quién era realmente, Arturo cerró los ojos y recordó toda la vida que supuestamente había experimentado, mientras tanto con preocupación le preguntó al espejo:

  —?Aprobé el examen?

  Arturo no abrió sus ojos de inmediato para ver la respuesta, sino que se quedó unos buenos minutos en silencio parado frente al espejo. Durante unos minutos, el joven se mantuvo en silencio, sumido en sus pensamientos y recuerdos. Revivió momentos, errores y elecciones de su vida pasada, tratando de identificar cualquier problema que pudiera haberlo llevado al supuesto fracaso en este misterioso examen.

  Sin embargo, la paciencia de Arturo tenía un límite, y finalmente, con una mezcla de ansiedad y curiosidad, abrió los ojos para descubrir la respuesta que el espejo tenía para él.

  Lo que vio en el espejo no fue una respuesta textual, ni una revelación instantánea. En su lugar, la superficie del espejo parecía retumbar con energía y luz, como si estuviera vibrando en respuesta a su pregunta. Provocando que una serie de imágenes comenzarán a formarse y desvanecerse en un torbellino de colores y formas sobre su superficie.

  Arturo vio destellos de su vida pasada, momentos de alegría y tristeza, decisiones acertadas y errores lamentables. Era como si estuviera viendo su propia historia desplegarse ante sus ojos en una sucesión rápida de imágenes. Cada uno de estos fragmentos de su vida parecía llevar consigo una lección, una oportunidad de aprendizaje.

  Fue entonces, cuando el final de su vida había pasado ante sus ojos, que un simple mensaje apareció en la superficie del espejo:

  —Ah, finalmente… Está hecho…—Suspiro Arturo mirando el mensaje en el espejo mientras unas pocas lágrimas salían de sus ojos y comenzaban a manchar su rostro. Ciertamente parecía que el joven se estaba jugando el futuro de su vida con este examen. Sin embargo, Arturo estaba tan desgastado en estos momentos que a lo mucho el único pensamiento que lograba formarse en su cansada mente era la satisfacción de saber que nunca más tendría que volver a pasar por el tormento que se había sometido para llegar a este resultado.

  Era evidente que Arturo había enfrentado un viaje difícil para llegar a este punto y su cuerpo demacrado no ayudaba mucho a ocultar este hecho. Por lo que el simple mensaje “aprobado” en el espejo parecía ser la culminación de un esfuerzo monumental, un logro que había estado fuera de su alcance durante mucho tiempo.

  —?Qué nota obtuve?—Preguntó el joven una vez que logró procesar que lo más complicado ya había pasado, ahora solo le toca disfrutar del fruto de sus logros.

  El mensaje en el espejo se desvaneció, y en su lugar comenzó a formarse una carta larga, lo que sugería que la respuesta sería más que una simple calificación. A medida que las palabras aparecían en el espejo, Arturo comenzó a leer con atención:

  


  "Estimado Arturo,

  Me complace felicitarte por tu destacado desempe?o en el Juego de la Vida. Tanto tus calificaciones como las recompensas prometidas, junto con las tan ansiadas 'explicaciones', te serán otorgadas exactamente siete lunas después de recibir este mensaje.

  Recordando mi propia experiencia personal, te aconsejo que no te impacientes y duermas tranquilamente hasta que llegue tu turno. Al fin y al cabo, no existen resultados negativos en este juego, siempre y cuando hayas jugado correctamente las fichas que te han sido otorgadas. Sin embargo, no hay duda de ello, puesto que como aprobado ya eres parte del selecto grupo de ganadores del Juego de la Vida. Y por tanto, en siete días, recibirás grandiosas recompensas.

  Es posible que algunos de tus compa?eros de clase te hayan asustado con rumores sobre bajas calificaciones, pero te insto a que confíes en ti mismo y recuerdes: ?estás aprobado, Arturo! Descansa con la tranquilidad de los triunfadores y espero verte en siete días.

  Desde ya me despido, tu querido profesor, Hermes"

  —?Siete días enteros me van a hacer esperar estos malnacidos?, ?tanto les puede tomar obtener las calificaciones finales!—Gritó Arturo con un enojo marcado.

  Respondiendo a su pregunta el espejo hizo desaparecer el mensaje y un cronómetro apreciación sobre su superficie:

  —...—Arturo observó el cronómetro con una mirada de irritación. Era evidente que la idea de dejarlo como fondo no sería una buena decisión, ya que la cuenta regresiva constante solo intensificaría su ansiedad durante los siete largos días por delante.

  Consciente de que no podía permitirse estar constantemente pendiente del cronómetro, Arturo decidió dejar de mirarlo y trató de encontrar una manera de sobrellevar la espera. Sabía que no tenía otra opción más que ser paciente y tratar de dormir, aunque le resultara difícil con la incertidumbre que lo rodeaba.

  —?Y ahora qué puedo hacer?, tengo demasiado tiempo libre….—Murmuró Arturo mirando su solitaria habitación. La misma parecería más la habitación de un recluso de máxima seguridad, que la habitación de un joven que a lo mucho recién llegaba a la adultez; no había salida aparente y los únicos muebles para pasar el rato era una cama y un espejo. Por lo que las únicas opciones eran dormir, mirarse en el espejo, o ponerse a mirar por la ventana, aunque por la misma únicamente podía verse un bosque de mal aspecto y el cielo nocturno. Y si bien ponerse a mirar por la ventana no parecía mala idea, lo cierto es que por mucho que uno viera el paisaje el mismo no cambiaría y las nubes en el cielo eran indistinguibles de noche, por lo que tampoco eran una opción válida.

  Arturo miró a la cama por un rato y luego al espejo, descartando la idea e irse a dormir dado que los nervios le impedían siquiera pensar en ello, el joven se acercó al espejo y comentó:

  —Muéstrame mis libros secretos.

  La solicitud de Arturo tuvo un efecto inmediato en el espejo. El cronómetro desapareció de su superficie y, en su lugar, una peque?a biblioteca se reflejó en el espejo. Sin embargo, la biblioteca, o mejor dicho, estantería, era bastante limitada, con solo tres libros disponibles para su lectura.

  Arturo examinó aburridamente los tres libros disponibles en la peque?a estantería reflejada en el espejo, como si ya los hubiera leído hasta el hartazgo a cada uno de ellos. Cada uno de estos libros llevaba su nombre en el lomo, indicando claramente el contenido de cada libro.

  El primer libro llevaba el nombre de "Memorias de la Infancia". Sin embargo, Arturo parecía no prestarle demasiada atención a este libro, ya que el mismo solo tenía una recopilación de memorias que claramente ya había vivido y no presentaban ninguna utilidad para su futuro, por el cual el joven se concentró en los otros dos que tenía al frente de él.

  El segundo libro se titula "Rumores escolares". Arturo miró este libro unos cuantos minutos. En el mismo se encontraban una gran cantidad de rumores que habían sido recopilados por los estudiantes a lo largo de sus días de preparación para el examen. Si bien el libro era de mucha utilidad, lo cierto es que con el examen dado y aprobado, este libro ya no tenía tanto provecho para Arturo, aunque aún había rumores sobre lo que ocurriría tras aprobar el examen y si bien Arturo ya los conocía, no estaba mal releerlos.

  El tercer y último libro llevaba el nombre de "Juego de la Vida”. Este libro era el más importante de toda su colección, por no decir que era el único libro que a Arturo le había costado más de la cuenta obtener. Este libro contenía métodos y explicaciones sobre cómo aprobar el examen, y Arturo sabía que estos métodos habían sido efectivos en su caso. Por lo que este libro era una valiosa guía para entender el proceso y el propósito del examen misterioso que había enfrentado y superado.

  Arturo metió la mano en el espejo y la misma se hundió, permitiendo sacar el tercer libro.

  El tercer libro, "Juego de la Vida", tenía una apariencia bastante sencilla. Su encuadernación estaba hecha de un cuero marrón oscuro, que parecía tener una textura suave y desgastada por el tiempo. El cuero estaba adornado con intrincados detalles en relieve que formaban patrones en espiral alrededor de los bordes de la portada, dándole un aspecto antiguo.

  En el centro de la portada, el título del libro estaba grabado en letras doradas brillantes. Las letras eran elegantes y cursivas, lo que a?adía un toque de sofisticación al aspecto general del libro. "Juego de la Vida" estaba escrito de manera prominente, como si quisiera captar la atención de cualquiera que lo viera.

  Cuando Arturo abrió el libro, notó que las páginas tenían un tono crema y estaban ligeramente envejecidas, lo que les daba una apariencia antigua y un aroma distintivo a papel viejo. Las páginas estaban llenas de texto en una fuente clara y legible, con ilustraciones ocasionales que complementaban el contenido. Las ilustraciones parecían ser representaciones simbólicas de conceptos importantes en el libro, como laberintos, caminos entrelazados y estrellas brillantes.

  Sin prestar demasiada atención a las palabras y dibujos dispersos por el libro, Arturo utilizó sus dedos para pasar de páginas hasta que finalmente al llegar aproximadamente a la mitad del libro, donde dos carillas completamente en blanco se encontraban interrumpiendo el palabrerío disperso en el libro.

  Habiendo encontrado lo que estaba buscando, Arturo con nerviosismo preguntó:

  —?Libro?, ?estás ahí?, ?podrías explicarme tus reglas?

  Las páginas del libro comenzaron a llenarse gradualmente con texto, revelando las reglas y el objetivo del "Juego de la Vida". Mientras tanto, Arturo observó con atención, ansioso por recordar las instrucciones que se le estaban proporcionando, verificando haberlas cumplido durante el verdadero examen.

  El texto que apareció explicaba las reglas y el propósito del juego en detalle:

  Después de recordar las reglas del Juego de la Vida, el joven se sintió abrumado nuevamente por la amplitud de las mismas. Eran reglas que, como la vida misma, parecían no tener límites definidos. Mientras reflexionaba sobre ellas, Arturo murmuró con cierta ironía:

  —El juego de los idiotas y desafortunados... solo se pierde si uno es lo suficientemente inteligente como para darse cuenta de que lo está jugando, mientras tanto uno gana, es la mejor elección que podía hacer. ?Podrías darme el método de clasificación?

  Inmediatamente las palabras en el libro desaparecieron y en su lugar apareció:

  —?No estás respondiendo nada! ?Cómo defines lo que es un “progreso” o “crecimiento”?, ?qué es la realización personal?, ?y ni hablar de que es la realización espiritual?, ?no existen comparaciones?…—Se quejó Arturo mirando con preocupación lo que decía el libro, ciertamente el joven ahora lo comprendía mejor que nadie, acababa de terminar este juego y este método de clasificación parecía ser completamente arbitrario.

  Siguiendo a las preguntas recitadas por el joven, el libro cambió su mensaje nuevamente y un simple, pero contundente mensaje apareció escrito entre sus páginas:

  —Ahhh… La verdad, no me estás ayudando mucho…—Suspiró Arturo con cansancio, recordando lo complicado que había sido formularle preguntas a este libro hasta sacar algo de información útil. Sin embargo, por suerte todo eso ya había quedado atrás y este libro ahora solo se había convertido en un recuerdo bonito de una experiencia no tan bonita.

  No teniendo las ganas suficientes como para pelear con el libro en este momento, Arturo descartó la idea de obtener un adelanto de sus calificaciones por este método y en su lugar optó por volver a guardar el libro en la estantería para libros, para luego retirar el segundo libro guardado en la misma, titulado "Rumores escolares".

  Este libro tenía una tapa de madera, que estaba llena de rayones y garabatos, evidencia de un trato descuidado y a?os de uso. Mientras que la madera parecía desgastada y envejecida por el tiempo.

  Por otro lado, las hojas del libro presentaban un estado deplorable. Algunas estaban húmedas, revelando que en algún momento habían estado en contacto con el agua. Otras estaban arrugadas y deformadas, lo que sugería un manejo brusco o almacenamiento inadecuado. Varias hojas estaban manchadas con tinta y otras sustancias, lo que hacía que parte del contenido fuera ilegible.

  Lo más notable era que todas las hojas del libro estaban llenas de apuntes de otras personas y dibujos aparentemente sin sentido. Parecía que diferentes individuos habían dejado sus marcas en este libro a lo largo del tiempo, convirtiéndolo en un compendio caótico de los pensamientos de las diferentes generaciones de estudiantes que habían pasado por el “examen”.

  Tras abrir el libro, Arturo fue pasando las hojas ignorando su contenido hasta que finalmente llegó a dos carillas completamente en blanco. Habiendo encontrado lo que estaba buscado, el joven le susurró al libro:

  —Hey, amigo, pásame las respuestas que busco, necesito saber si tienes alguna información acerca de las calificaciones del gran examen.

  El libro, como respuesta a su pregunta, comenzó a llenarse con texto que revelaba información sobre las calificaciones del examen:

  Actuando de forma diferente a la vez anterior, Arturo no se desesperó por leer la información completamente redundante de este libro, en su lugar acarició suavemente su lomo con cari?o y acercó sus labios a sus hojas, tras lo cual susurró con un tono bastante misterioso:

  —Amigo, sabes que me he enterado de un gran secreto, durante el Juego de la Vida he encontrado un gran tesoro escondido.

  Reaccionado ante el susurro del joven, las páginas el libro comenzaron a volitarse hasta que una página completamente arrugada tomó el protagonismo, en la misma había un simple mensaje:

  


  “Dime tus secretos y yo te contaré los míos”

  Arturo, tomando el libro como si se tratase de un viejo compa?ero de toda la vida, compartió un secreto importante con él. Habló del descubrimiento más valioso que realizó durante el largo Juego de la Vida, el cual era como bajo las tablas de madera en la casa donde vivía, su padre había ocultado una carta y muchos tesoros. Sin embargo, Arturo enfatizó que la carta era la parte más relevante y como la misma contenía las palabras clave necesarias para pasar el examen. Reveló que susurrar las palabras correctas provocaría automáticamente que aprobaras el examen, mientras que si no lo hacía, la carta te revelaría tu destino y cómo completarlo.

  Cuando Arturo dejó de susurrar sus secretos, una frase apareció debajo de la respuesta inicial del libro:

  


  “Júrame que no me mientes, dime que tus secretos son tus verdades, prométeme que los rumores no son falsos y te contaré todo lo que mis amigos me han ense?ado”

  Tras leer la respuesta, sudor comenzó a manchar la espalda de Arturo, el joven había estado usando este libro desde que prácticamente descubrió su existencia y eso era hace más de una década. Y si bien este codicioso amigo siempre pedía que uno jurara no enga?arlo, esta era la primera vez que le aclaraba textualmente que le daría “todos” sus rumores. La respuesta normal solo eran "algunos", si el rumor era medianamente conocido y "ninguno", si el rumor era conocido por todo el mundo. Pero “todos” significaba que lo que él acababa de revelar valía una fortuna.

  Y si bien este amigo era lo suficientemente avaricioso para no dar nada gratis, no era precisamente alguien que faltara a su palabra: si tu información era buena, entonces el libro pagaría la información con cada rumor que tenía hasta devolver hasta el último centavo de regreso. Por lo que Arturo estaba completamente paralizado por las altas expectativas, la información que el libro estaba por revelarle era de tal valor que serviría para pavimentar todo su futuro.

  —Amigo, tú ya me conoces de sobra: ?Cuándo te he mentido?, te juro que mis palabras son la única verdad que yo conozco y sin lugar a dudas te prometo que jamás inventaría rumores para sacarte provecho…— Susurró Arturo de memoria, como si la pregunta, el juramento y la promesa que había dicho eran palabra santa que replicara todas las ma?anas antes de ir a estudiar.

  El libro, respondiendo a las palabras de Arturo, cobró vida de una manera mágica y comenzó a dar vuelta sus páginas por sí mismo hasta detenerse en dos páginas llenas de información. Las palabras escritas en esas páginas se titulaban:

  —Mmmm, así que me darán la torta. Me había olvidado de ella por los nervios de no recibir la nota…—Comentó Arturo mirando al espejo reflexivamente mientras pausaba su lectura—Fueron 18 tortas, solo recuerdo 12 de ellas, pero ciertamente cada una fue mejor que la anterior, espero que no me defrauden con la última…

  Tras desconcentrarse unos segundos, Arturo siguió leyendo el libro en sus manos:

  Terminando de leer los consejos, Arturo notó que la siguiente carilla estaba llena de trucos e información importante de un vistoso, con lo que con apuro procedió a leerla, buscando encontrar entre estas palabras la clave para mejorar su futuro.

  Arturo continuó leyendo los consejos, pero a medida que avanzaba, su expresión comenzaba a cambiar gradualmente. Su frente se cubría de sudor, y sus ojos se agrandaban con inquietud. Los escalofríos recorrían su espalda mientras el ambiente parecía enfriarse de repente. Sus pelos se erizaban como si tuviera un escalofrío constante, y sus manos temblaban mientras sostenía el libro.

  Cada nuevo consejo parecía profundizar en un territorio más oscuro y desalmado. Arturo se sentía atrapado en un mundo retorcido de secretos y estratagemas crueles. A medida que avanzaba, su respiración se volvía más irregular, y su mirada se volvía cada vez más inquieta. Estaba siendo testigo de un lado de la vida que nunca habría imaginado, y la revelación de estos consejos perturbadores lo tenía completamente atemorizado, dado que quienes los habían guardado en este libro de rumores eran ni menos que estudiantes que se encontraban en la misma situación que él.

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