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Decisiones

  Rishia salió del laboratorio de Ching con el rostro cuidadosamente vendado y varios vendajes cubriendo sus brazos, pero lo que dominaba su expresión era una sonrisa amplia, que reflejaba la satisfacción de haber superado la "prueba". Aunque sus heridas eran superficiales, el dolor que había experimentado en el proceso no le restaba ni un ápice de su entusiasmo. Para ella, el haber pasado con éxito aquel desafío era una victoria enorme, algo que no podía dejar de celebrar.

  Cuando sus ojos encontraron la figura de la reina Melty esperando a la salida del pasillo, la joven humana apenas pudo contener su energía. La reina, observándola con una mezcla de ternura y seriedad, esbozó una leve sonrisa y la miró con cierto desdén maternal, como si quisiera protegerla de sí misma.

  —Ve a tu habitación por ahora, Rishia. Descansa un poco —le indicó con suavidad, aunque la preocupación en su mirada era palpable.

  —?Claro! —respondió Rishia, su entusiasmo no disminuido ni un poco por los vendajes. Con un destello de alegría, corrió por el pasillo hacia su habitación, la rapidez de sus pasos revelando lo mucho que la emoción del día la impulsaba.

  Pocos momentos después, Ching salió del laboratorio, acomodándose sus gafas con gesto impaciente mientras analizaba el progreso de la situación. La reina Melty la observó en silencio, y la mirada que compartieron era una mezcla de conocimiento y preocupación.

  —?Tiene algo grave? —preguntó Melty con voz firme, aunque su tono denotaba una leve preocupación.

  Ching ajustó los lentes con la precisión habitual, como si cada detalle tuviera importancia vital, y luego contestó con calma:

  —No, en absoluto. Son solo cortes superficiales. El de su frente es el más profundo, pero en el peor de los casos, le quedará una peque?a cicatriz.

  Melty respiró aliviada, su cuerpo relajándose visiblemente. Al menos no había una herida mortal que temer. Pero el peligro de lo sucedido permanecía latente, algo que no se podía pasar por alto.

  —Al menos no está herida de gravedad… —murmuró, pensativa. Sin embargo, sus ojos seguían evaluando cada detalle.

  Ching suspiró con un ligero gesto de exasperación y cruzó los brazos, su expresión agudizándose con cada palabra que estaba a punto de pronunciar.

  —?Y qué hay de la humana? ?Cómo le va a Gara con ella?

  Melty negó con la cabeza, los ojos entrecerrados en un gesto que indicaba tanto preocupación como frustración.

  —No ha dicho nada. Gara intentó interrogarla, pero sin éxito. Y lo peor es que dudo que hable por voluntad propia. Tendremos que convocar una reunión más tarde para decidir qué hacer con ella, pero la situación es más complicada de lo que parece.

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  En ese momento, la figura de Gara apareció en el umbral del pasillo, su rostro tan duro como siempre, pero con una evidente tensión. Cruzó la puerta con el ce?o fruncido y una postura tan rígida que parecía que no podía relajarse ni un poco.

  —No habla —anunció con voz grave, su tono cargado de frustración—. Es como si de repente se hubiera quedado sin lengua.

  Ching arqueó una ceja, sin dejar de observar la actitud de Gara con una ligera pizca de escepticismo.

  —Tal vez solo es muy disciplinada —sugirió, no sin cierta ironía en su tono.

  Gara suspiró pero volteó, su mirada fija en Melty, como si estuviera esperando una respuesta de su parte.

  —Creo que deberíamos matarla —sentenció con dureza, su voz te?ida de una rabia contenida. Los ojos de Gara brillaban con una intensidad peligrosa, como si la solución a ese enigma solo pudiera ser la violencia.

  Ching suspiró profundamente, sabía que Gara diría algo así.

  —Tal vez no deberíamos ser tan directos —dijo con calma, como si el asunto no fuera tan sencillo como Gara lo planteaba.

  —Sí deberíamos. Esto tiene justificación —replicó Gara, sin inmutarse, con la mirada ardiendo de furia. Su tono era cortante, y sus palabras resonaron como una condena—. Atacó a Rishia y pudo matarla. Rishia es una ciudadana del reino, lo que significa que esto es un crimen. Ahora que no estamos en guerra, las reglas han cambiado.

  Melty cerró los ojos, un gesto que revelaba su profundo pensamiento sobre el tema. Tras unos segundos de silencio, finalmente habló, su voz calmada pero firme.

  —Técnicamente… no lo es.

  Gara la miró, desconcertada, sin poder creer lo que acababa de escuchar.

  —?Perdón? —dijo, incapaz de disimular su incredulidad.

  Melty, con un suspiro, explicó con serenidad, el peso de sus palabras evidente en su tono.

  —Aunque Rishia vive en el reino, sigue siendo humana. Legalmente, esto sería un crimen contra la vida de Rishia… pero no contra el reino en sí. La ley no considera un ataque a un miembro humano como una agresión directa a nuestro territorio.

  El rostro de Gara se endureció aún más, y sus pu?os se apretaron con furia mientras las serpientes en su cabeza se movían pareciendo molestas también, pero Melty no cedió.

  —Sin embargo, sigue siendo una invasión. Podemos castigarla… pero primero debemos esperar a ver si los humanos intentan comunicarse con nosotros.

  Gara entrecerró los ojos, disgustada por la respuesta.

  —No podemos simplemente esperar a que los humanos la reclamen y luego entregársela sin castigo.

  Ching intervino, su tono más frío y analítico que nunca.

  —Si la matamos sin más, eso sería considerado un crimen contra los humanos. Lamentablemente… Si se perdió y es una soldado, su muerte podría ser utilizada en nuestra contra.

  Melty asintió, reconociendo la validez de los argumentos de Ching.

  —Exactamente. Y desencadenar una guerra contra los humanos por esto no beneficiaría a nadie, ni a nosotros ni a ellos.

  Gara chasqueó la lengua, como si estuviera tragándose la frustración. Cruzó los brazos con desdén, su postura reticente.

  —?Entonces, qué? ?Nos quedamos de brazos cruzados?

  Melty la miró con una firmeza implacable, sus ojos destilando una calma que no era fácil de mantener en medio de una situación tan tensa.

  —No. Pero tampoco tomaremos una decisión precipitada. La prudencia es nuestra mejor opción.

  Las tres permanecieron en silencio por un largo momento, el peso de sus palabras flotando en el aire denso de incertidumbre.

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