Rishia estaba recostada contra la pared fría de la habitación gris.
Sus huesos pesaban, su cuerpo dolía, pero lo que más la atormentaba era el vacío dentro de su pecho.
Nunca había experimentado algo así.
Un cansancio abrumador, más allá de lo físico, más allá del dolor en su piel.
Quería llorar.
Pero las lágrimas no venían.
No sabía cuánto tiempo había pasado desde que la trajeron aquí. ?Días? ?Semanas? ?Meses?
La verdad era que apenas habían transcurrido unas cuantas horas.
Pero cada segundo en ese lugar era una eternidad.
Las torturas de Nikola no seguían ningún patrón predecible.
Los golpes y cortes nunca eran lo suficientemente profundos como para dejar cicatrices permanentes, pero sí lo bastante precisos para hacerla sufrir.
No tanto como la incertidumbre.
Los gritos de otros prisioneros, las campanadas ensordecedoras, los disparos que rozaban su cabeza pero nunca impactaban.
Las veces en que Nikola alzaba una silla con un gesto pausado, como si estuviera considerando romperla sobre su cuerpo… y luego la dejaba caer suavemente en el suelo, sin hacer nada.
Lo aterrador no era el dolor.
Era el miedo de no saber cuándo realmente lo haría o que le haría.
Cerró los ojos.
Intentó sostenerse en algún recuerdo cálido, algo que la anclara a sí misma, que le recordara que existía un mundo fuera de este cuarto.
Melty.
La última vez que lloró, Melty la abrazó fuerte, sosteniéndola con la ternura de alguien que no tenía intención de soltarla jamás.
—Todo estará bien.
Ching.
Ella le había regalado un telescopio y juntas pasaban las noches observando las estrellas, inventando nombres para las constelaciones.
Gara.
Le había ense?ado a sujetar su lanza con firmeza, un arma que no dejaba que nadie tocara, a perfeccionar su puntería hasta que su destreza fuera innegable.
Las cuatro habían cenado juntas esa noche.
Rió.
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Comió hasta sentirse satisfecha, se sintió segura, ese día había sido… lindo.
Quería volver.
Quería estar con ellas.
Pero ahora estaba aquí. Sola.
O eso pensó… hasta que una voz rompió el silencio opresivo.
—Hola.
Rishia volteó de inmediato, sus músculos tensándose por reflejo.
Una figura se encontraba al otro lado de la habitación, observándola con curiosidad.
Era una chica humana, de su misma edad.
El uniforme que llevaba era el de los soldados, pero su postura no tenía la misma rigidez que la de los soldados que la arrastraron aquí.
Rishia, a pesar del cansancio, esbozó una sonrisa tenue y extendió la mano.
—Hola. Me llamo Rishia.
Su voz sonó débil, apagada por la fatiga, pero se presentó de todos modos.
Melty siempre le decía que presentarse a alguien nuevo era una se?al de respeto.
La otra chica frunció el ce?o con desconcierto.
—?Por qué te presentas?
—Porque Melty dice que es lo correcto.
El rostro de la humana se endureció.
—?Melty? ?La reina de los monstruos?
—Sí.
—?La conoces?
Rishia sostuvo su mirada con firmeza.
—Sí… es como mi mamá. La quiero mucho.
La chica se quedó en silencio por un momento, analizando sus palabras con cautela.
Y entonces, con un gesto más relajado, se sentó junto a ella.
—Me llamo Sonohara.
Rishia sonrió con algo más de calidez.
—Es un nombre bonito.
Sonohara no respondió de inmediato.
—?Por qué no me tienes miedo?
—No me has hecho nada para tenerte miedo.
Sonohara la observó con aún más confusión.
—?Le tienes miedo a los monstruos?
—?No! —respondió Rishia, casi ofendida—. Los quiero mucho. A Gara, a Ching, a Melty… a todos los del reino.
Hubo un leve destello de sorpresa en los ojos de Sonohara.
—Eso es raro.
Rishia ladeó la cabeza.
—No le veo lo raro a querer a mi familia.
Un silencio pesado cayó entre ambas.
Sonohara rompió la quietud con una pregunta inesperada.
—?Melty no te golpea?
El ce?o de Rishia se frunció con fuerza.
—?Claro que no! —respondió con firmeza, como si la sola idea fuera absurda—. Ella nunca haría algo así… pero a veces hornea cosas ricas sin pedir permiso a los sirvientes.
Sonohara dejó escapar una risa baja, casi inaudible.
—Eso suena bien.
Las barreras entre ellas comenzaron a desmoronarse poco a poco.
Hablaron.
Rishia le contó sobre la vida en el reino de los monstruos, sobre lo hermoso que era, la calidez de su gente, lo mucho que disfrutaba entrenar.
Sonohara escuchó en silencio, con la mirada fija en un punto distante, como si estuviera intentando imaginar todo lo que Rishia describía.
Hasta que murmuró, casi sin pensarlo:
—Me gustaría ir allá… vivir en el reino de los monstruos.
Rishia parpadeó, sorprendida.
—?No te gusta el reino humano?
Sonohara bajó la mirada.
—Aquí solo se trata de entrenar y matar. Si fallo, pueden matarme a mí. Todo es muy estricto y los castigos son crueles.
Rishia sintió un nudo en la garganta.
—Me gustaría llevarte conmigo.
Sonohara negó con la cabeza, su expresión endureciéndose nuevamente.
—No es posible.
Pero Rishia se puso de pie de golpe.
—Un día lo haré. Comeremos juntas en el castillo.
Por primera vez, Sonohara pareció genuinamente sorprendida.
Y por un instante, solo un instante, sonrió con suavidad.
—Eso… sería lindo.
Un sonido en el pasillo las alertó.
Sonohara se tensó.
—Tengo que irme.
Antes de marcharse, se quitó su collar y lo colocó alrededor del cuello de Rishia.
Era una cadena con una placa de metal circular.
La inscripción grabada en ella decía una sola palabra: "HUMAN".
Rishia la sostuvo con delicadeza, sus dedos trazando la superficie metálica.
—?Qué es esto?
Sonohara se apartó lentamente.
—Quería darte algo para que me recordaras… pero solo tengo esto.
Rishia sonrió, con un agradecimiento que nacía desde lo más profundo de su corazón.
—Gracias.
Sonohara asintió y se escurrió entre las sombras, desapareciendo antes de que nadie más pudiera verla.
Rishia suspiró, aferrando la placa entre sus dedos.
Se sentía un poco menos sola… pero aún quería irse de allí.
Lo que no sabía era que, no muy lejos, una reina furiosa, una guerrera letal y una científica brillante estaban llegando.
Melty, Gara, Ching… y un escuadrón de soldados ya estaban en camino.