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Nunca la dejaremos

  Melty permanecía en la sala del trono, inmóvil, pero su mente era un torbellino de pensamientos.

  Algo dentro de ella no estaba bien.

  Un mal presentimiento la carcomía desde el momento en que despertó, un peso invisible oprimiéndole el pecho, dificultándole la respiración.

  Pero no era solo eso.

  Había sido una pesadilla.

  Una visión fugaz, distorsionada, pero lo suficientemente nítida para dejar su piel erizada y su corazón latiendo con violencia.

  Se había despertado jadeando, con un sudor frío recorriéndole la espalda.

  Y sin dudarlo, había ido a revisar a Rishia.

  La sensación de angustia solo aumentó cuando llegó frente a su habitación.

  El viento de la noche se filtraba en el interior, moviendo las cortinas con un susurro inquietante.

  La ventana estaba abierta.

  Y la cama, vacía.

  Rishia no estaba.

  El pánico la atravesó como una lanza helada.

  Por un instante, su cuerpo no reaccionó. Luego, sin pensarlo dos veces fue a buscar a Gara, sin importarle el pánico qie crecía dentro de ella.

  Pero antes de que pudiera seguir pensando, la puerta de la sala del trono se abrió con un estruendo.

  Gara irrumpió en la habitación como una tormenta.

  Su respiración era errática y su expresión estaba marcada por una furia apenas contenida. Una de las serpientes en su cabeza se agitaba con violencia, con sangre oscura goteando desde su herida mientras las otras se veian igual de molestas que su due?a.

  Stolen story; please report.

  Y entonces, con voz grave, su sentencia cayó como un pu?al.

  —Se la llevaron.

  Las palabras hicieron que todo dentro de Melty se rompiera.

  No.

  No, no, no.

  Su visión se volvió borrosa por un instante, su mente negándose a aceptar lo que acababa de escuchar.

  —?Qué…? —su voz salió como un susurro, como si al decirlo en voz alta pudiera hacerlo menos real.

  Ching, que había permanecido en silencio, se puso de pie de inmediato al notar la sangre en Gara.

  —Siéntate. Déjame revisarte.

  Gara obedeció, pero su mirada seguía ardiendo con una determinación inquebrantable.

  —?Qué vamos a hacer? —gru?ó, su mandíbula tensa—. No podemos dejar que se la lleven. No podemos abandonarla así.

  Melty cerró los ojos por un momento, tratando de calmar el temblor en sus manos.

  Pero no era miedo lo que la hacía temblar.

  Era rabia.

  Era la ira ardiente de una madre que acababa de perder a su hija.

  Abrió los ojos, su decisión ya tomada.

  —Vamos a buscarla.

  Ching y Gara la miraron, sorprendidas.

  —?Cómo…? —preguntó Ching con cautela—. ?Cómo haremos que la entreguen?

  Melty levantó la mirada.

  Sus ojos, normalmente suaves y gentiles, brillaban con una intensidad implacable.

  —Técnicamente, Rishia no es un monstruo.

  Ching frunció el ce?o, tratando de seguir su razonamiento.

  —?Y eso qué importa?

  Melty inspiró profundamente.

  —Pero tampoco es humana según sus propias leyes. Está en un limbo legal. Y yo tengo el derecho de reclamarla.

  Un silencio pesado cayó sobre la habitación.

  Las palabras resonaron en el aire, cargadas de una verdad peligrosa.

  Entonces, lentamente, una sonrisa feroz se dibujó en los labios de Gara.

  —Estoy de acuerdo. Si hay que pelear por ella, lo haré.

  Ching exhaló un suspiro, cruzándose de brazos.

  —Yo también.

  Melty asintió, su determinación más firme que nunca.

  —Nos prepararemos. Iremos al reino humano por Rishia y no volveremos sin ella.

  Gara se puso de pie con renovada energía, la furia en sus ojos transformándose en una convicción inquebrantable.

  —Reuniré a los mejores soldados de mi séquito para que nos acompa?en por si acaso, no vamos a fallar.

  Melty se apartó de ellas y caminó hacia la ventana.

  La brisa nocturna acarició su rostro, pero el frío ya no le afectaba.

  Su mirada se perdió en la oscuridad, su mente ya en el lugar donde Rishia estaba retenida.

  Se la imaginó, sola, asustada, encerrada en un lugar que no comprendía.

  La imagen le quemó por dentro.

  Y entonces, recordó.

  Recordó la noche en que la sostuvo en sus brazos por primera vez.

  Recordó sus peque?as manos aferrándose a ella con la confianza instintiva de un ni?o que aún no conocía el miedo.

  Recordó la promesa que le hizo en ese momento.

  Nunca estarás sola.

  Rishia no era un monstruo pero tampoco era una humana.

  Y eso no importaba.

  Porque ya era su hija, y no importaba lo que tuviera que hacer…

  La iba a recuperar.

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