La cabeza dejó de darle vueltas. Intentó avanzar para regresar al circo, pero sus rodillas lo obligaron a caer. Ya no le quedaban fuerzas; su poder se había agotado.
—De verdad tú y él son iguales… no saben cuándo parar.
Al escuchar la voz de su madre, por un instante todo lo demás dejó de importar. Incluso el dolor desapareció, disuelto en un solo suspiro.
—?Mamá! Yo… dejé a papá solo —rasgó el suelo con los dedos, dejando su sangre marcada en la tierra.
Ella lo recibió con unas manos cálidas, indicándole que podía soltar toda la frustración atrapada en su pecho.
—?Quiero volver con él! No quiero dejarlo solo frente a un enemigo que lo supera… pero mi cuerpo me está traicionando.
—Esta es mi ciudad natal. Sabes cuánto la amo. Por eso te esforzaste tanto en protegerla, ?verdad? —Le besó la frente—. No te preocupes… esto solo es nuestro pasado. Por fin nos alcanzó, eso es todo. No dejaremos que también te alcance a ti, mi sol.
Se alejaba dándole la espalda de su amanecer. Sus pasos iban en dirección al peor de los destinos.
—Cepíllate los dientes al menos una vez al día… siempre da una segunda oportunidad, así también podrás pedirla tú. Si apuestas, que sea con dinero que te sobre. No seas cruel con las mujeres y… —su voz se quebró.
—?Por qué dices esas cosas...? —sus ojos se llenaron de lágrimas—. ?Esto no es una despedida! Podemos huir, buscar una nueva ciudad, los tres juntos… como siempre. Por favor… ?no quiero perder a mis padres en mi cumplea?os!
—Un padre termina su vida en el momento en que su hijo se convierte en adulto. Todo el tiempo extra después de eso… es un regalo. Gracias por dejarnos saber lo que es ser tus padres. Estarás bien porque eres nuestro hijo y eres fuerte. Te amo.
Un camino de gotas silenciosas quedó tras ella cuando lo dejó allí, solo.
—Yo también los amo… —susurró Ness, estirando la mano en busca de un amor que jamás volvería.
Los que no lograron huir ahora decoraban aquel lugar que, en algún momento, había estado llenando de alegría a las familias.
Con cada campanada lanzada por la torre del reloj, en el corazón de la ciudad, una nueva herida se abría en el cuerpo de Rex.
—?Cuál es tu secreto?, todos los guardias muertos afuera me dicen que llevas mucho tiempo luchando. —Su lanza comenzaba a parecerle más pesada—. ?Cómo es que no agotas la energía de tu karma?
—Ya ríndete. Solo dime dónde está la habilidad de los héroes que poseen —dijo mientras sostenía su propia cabeza cercenada sobre la mano. Aún podía hablar, como si la muerte no fuera más que una incomodidad temporal—. Tal vez no te mate con tanta crueldad si me lo dices.
Con absoluta calma, colocó su cabeza de nuevo en su sitio. No mostró una sola herida al encajarla con precisión, como si nada hubiera pasado.
—Vamos, no seas tan aburrido. Si hablas, incluso te diré mi secreto para enamorar mujeres hermosas.
Las campanas callaron. El único sonido que quedó fue el eco metálico de las armas chocando sin piedad.
Un lancero debía mantener la distancia, pero su enemigo no respetaba ninguna regla. Golpeaba con sus guanteletes plateados con la furia de un animal hambriento, ansioso por sentir cómo se quebraban los huesos de su oponente bajo sus pu?os.
No importaba cuántas veces Rex lograra bloquear y contraatacar con precisión. Su lanza atravesaba carne, desgarraba músculos, pero su contrincante parecía ignorar el dolor.
Sacrificaba toda defensa a cambio de que cada golpe brutal, provocará la acumulación de los moretones sobre la piel de su presa.
Después de todo, su estrategia era clara: solo necesitaba agotar a Rex. Su propio cuerpo, de alguna forma, se restauraba con cada segundo.
Cuando notaba que Rex comenzaba a retrasarse en cada intercambio de golpes, sus labios se curvaban en una sonrisa torcida, lenta, como si disfrutara saborear el miedo suspendido en el aire.
Sus ojos brillaban con un placer gélido, ajeno a toda compasión. No detenerse, incluso con el cuerpo lleno de perforaciones, era lo menos aterrador de su presencia.
—Al principio odiaba tener que contenerme para no perder la información… —murmuró detrás de él, con la voz rozándole la nuca—. Pero verte derrumbarte poco a poco ante mí… también es excitante.
Apareció por completo restaurado, como si nunca hubiese recibido un solo golpe.
—??Teletransportación… regeneración!? —pensó, con el corazón palpitando con violencia—. ?Será un doble usuario de karma?
Nada encajaba. Nada tenía sentido. Y mientras su cuerpo flaqueaba, el enemigo apenas comenzaba a disfrutar la caza.
No podía reaccionar o entender la habilidad a la que estaba sometido. Su sangre en el suelo reflejaba su espalda desgarrada a consecuencia de ello.
—Primero perderás un brazo… luego haré más preguntas —dijo con voz siniestra, mientras un aura violenta se generaba en torno a su guantelete.
El cuerpo de Rex ya no respondía con la agilidad de antes. Los músculos, entumecidos por el castigo, obedecían con torpeza, como si también quisieran rendirse.
Cada herida ardía como fuego, y el cansancio pesaba en sus piernas como cadenas. Por primera vez en mucho tiempo, la realidad lo golpeó con crueldad: esta vez, no se salvaría a tiempo.
Entonces, como una expresión casi aceptando la derrota, una voz le devolvió la esperanza.
—?La única que puede castigar el cuerpo de mi esposo, soy yo!
El suelo vibró justo antes del impacto. Un chorro de agua comprimida atravesó el codo y luego la cabeza del atacante, miembro de los Hijos de los Héroes, salvando a Rex del cruel desmembramiento.
—?Lizz! ?Te amo! —gritó con una mezcla de alivio y emoción, mientras partía en dos al enemigo que intentaba interponerse. La atrapó entre sus brazos justo a tiempo para evitar su caída.
—?Claro que lo haces! —respondió ella con una sonrisa cansada—. No te encadené al altar por nada…
Ya a salvo, pero empapado de pies a cabeza, un tercero observaba la escena con evidente incomodidad. Se llevó dos dedos a la nariz y cerró los ojos, intentando ocultar la mueca de asco que se dibujaba en su rostro.
—Están enfermos… ustedes, animales, no deberían ser capaces de mostrar sentimientos como ese. No es natural.
—?Entonces tápate los ojos! —respondieron ambos al unísono, justo antes de sellar un beso francés sin ninguna vergüenza.
—?No pueden ser más repugnantes!
Pero el combate no había terminado. La tierra volvió a temblar bajo sus pies, y un torrente de agua surgió desde el suelo, dirigido con furia hacia quien momentos antes estuvo a punto de mutilar a Rex. Una cúpula líquida lo rodeó por completo, atrapando su cabeza con la intención clara de ahogarlo. Los tres fueron arrastrados por la corriente hasta una zona más apartada de la ciudad, lejos de cualquier testigo.
—Viéndolos de cerca, la información era precisa —dijo el enemigo mientras se incorporaba, empapado, pero aún arrogante—. La vaca es una usuaria de lujuria… y controla varios familiares. Estos parásitos de agua son solo algunos de ellos.
Con un chasquido de dedos, generó una onda de vacío que expulsó violentamente todo el líquido a su alrededor.
—Un poder patético para alguien con un segundo nombre como Milagro Oscuro.
Aterrizaron cerca del coloso en ruinas, el Ruined Titan, un lugar olvidado por el tiempo que Lizz había reclamado como su dominio desde su llegada a la ciudad.
Por allí pasaban los acueductos más antiguos, razón por la cual habían establecido su campamento en ese punto estratégico. El agua era su aliada, y en aquel terreno, ella era su reina.
Por todo el pasto brotó una invasión grotesca de hongos. Emergieron con una velocidad antinatural, inflándose como burbujas enfermizas, hinchadas de una sustancia que palpitaba, vibrando amenazante bajo la superficie.
Uno tras otro comenzaron a estallar, liberando esporas oscuras que ardían como brasas vivas, justo a los pies de su objetivo, como si el propio suelo conspirara en su contra, tratando de inmovilizarlo en un abrazo mortal.
—No la subestimes… yo lo hice, y ahora tengo un hijo con ella —susurró una voz burlona a su espalda.
El impacto fue inmediato. La lanza, veloz como el rayo, perforó su espalda y arrancó su corazón sin resistencia. Aquel golpe llegó sin aviso, sin misericordia.
No le dieron un segundo para reaccionar.
Lizz, implacable, reclamó una hectárea entera del terreno bajo sus pies. Desde las grietas surgió un torrente de agua salada, formando corrientes que se alzaban como serpientes voraces. Se clavaban en su enemigo como sanguijuelas líquidas, succionando su sangre con rabia, intentando derribar de una vez por todas al aparente inmortal.
—Una vaca… y un gigante con enanismo —escupió con desprecio, resistiendo aún entre el caos—. No lograrán nada…
Pisó con fuerza. La magnitud del impacto deformó todo el terreno, desfigurándolo como si una bestia enterrada hubiera despertado.
—Ya me harté —anunció. Desapareció por un instante y volvió a aparecer a unos metros, ileso, impecable, como si nada lo hubiera tocado.
Nada parecía surtir efecto.
Aunque a Lizz todavía le quedaban reservas de energía, el estado de su esposo era otra historia. Su cuerpo se tambaleaba, exhausto, cubierto de sangre y moretones.
Apenas se mantenía en pie, y cada respiración parecía un castigo más. Pero ella sabía, todas sabían que si él caía, ella sería la siguiente.
O al menos, eso parecía.
—?Rex! ?Dale con todo! Ya entendí cómo funciona su poder —
Esas palabras fueron todo lo que él necesitaba. Su correa mental se rompió, y lo que emergió ya no era un hombre.
[Karma tipo Gula – Habilidad: Little Giant]
En este mundo, los gigantes son seres parecidos al humano, pero alcanzan alturas de hasta quince metros. Rex era diferente.
Su poder comprimía toda esa masa, esa monstruosa combinación de carne, grasa, hueso y músculo en un solo cuerpo de apenas metro noventa.
Un recipiente imposible que contenía una fuerza descomunal.
—Ya la oíste… ?No dejaremos nada de ti! —rugió, con la voz de un titán encerrado en un cuerpo humano.
Con cada paso, el terreno se partía. Cada golpe era una demolición. Los árboles, las rocas, el suelo… todo cambiaba a su favor, como si el mundo mismo se quebrara bajo su voluntad.
De su cuerpo se alzaban columnas de humo, ondulando como el aliento de una criatura infernal.
El calor que irradiaba era inhumano, abrasador, como si su propia existencia se estuviera quemando desde dentro. Cada segundo en ese estado le arrancaba un pedazo de racionalidad, pero en su mirada no había miedo, solo furia y una promesa: esta vez, no lo dejaría en pie.
—?Entiéndanlo de una vez! ?Ustedes no pueden cambiar nada, no deben cambiar nada! —Sus ojos ya no lograban seguir los cambios que ocurrían a su alrededor. Ataque tras ataque, su cuerpo era triturado más rápido de lo que podía regenerarse.
Tanto poder no podía sostenerse sin consecuencias. Cada segundo usando su karma erosionaba su carne, devorando músculos y masa, dejando una silueta cada vez más delgada, casi espectral.
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Era como si el fuego que lo alimentaba también estuviera escribiendo su final, lentamente, con cada exhalación.
—?Rex!, eres el más genial de todos. —Animaba a su esposo, mientras ella esparcía esporas infectando el cuerpo del aparente inmortal, quemándolo desde dentro.
—?Esto no es nada!, tu ataque es definitivamente más genial que el mio.
Pero lo estaban logrando, ese sacrificio no era en vano. Pedazo por pedazo, cada vez había menos de su enemigo. Solo era cuestión de tiempo hasta de no dejar nada de él en este mundo.
—Ya entendí... este es su límite. Ahora sé cómo contenerme sin matarlos a los dos.
Pensaron que habían descubierto cómo funcionaba su poder. Creyeron que solo era arrogante, que no se había contenido hasta ahora. Ese fue su error.
El pasto quemado, los charcos de agua, la tierra destruida. Todo el lugar fue restaurado por completo. Solo un loco podría imaginar que una batalla de tal magnitud ocurrió allí.
Aunque nadie en el mundo puede asegurar que la organización de los Hijos de los Héroes sea realmente lo que dicen ser.
—?Lizz! ?Bloquéalo!
El poder que portan, sin duda, es auténtico. Un legado dejado por los héroes legendarios al mundo.
Corrió con el corazón en llamas, los pies golpeando el suelo con furia, pero cada vez que lograba acercarse unos metros, una fuerza invisible lo arrojaba hacia atrás sin piedad, una y otra vez. Como si el universo se burlara de su impotencia.
—Las mujeres son las más fáciles de obligar a hablar —dijo, antes de cercenar ambos brazos de Lizz y patearlos lejos de ella.
Su poder obligó al agua y a los hongos a retroceder, impidiendo que la protegieran.
—?Graaah! —Ella cayó al suelo, luchando por no desmayarse del dolor.
—?Lizz! —Su voz se ahogaba entre el caos.
El cuerpo le temblaba, no por cansancio, sino por la rabia y la desesperación. Frente a él, la escena se desarrollaba lenta y cruel, como si el tiempo decidiera castigarlo obligándolo a observar.
No podía moverse, no podía ayudarla; solo quedaba mirar y romperse por dentro.
—Cálmate, no me he olvidado de ti. Los animales de verdad son tan… ruidosos —dijo, mientras el aura de energía volvió a envolver su guantelete. Esta vez, lo apuntó directo al cuello.
—Te diré lo que necesitas saber…pero no lo mates. —murmuró, usando dos hongos para detener la hemorragia.
—?No Le digas nada!, prometimos guardar el secreto —Cayó arrodillado, totalmente impotente. —Mi vida no lo vale.
El ataque hacia Rex fue detenido.
—Por fin… vamos vaquita habla. —dijo, soltando un suspiro, confiado, arrogante.
Pero entonces, ella habló.
—Tu poder es rebobinar las cosas… ?cierto? Pero tu cabello por detrás sigue un poco mojado… y yo solo te lo mojé en mi primer ataque.
El silencio cayó como una piedra. Por un instante, todo pareció detenerse. Sus ojos se abrieron con un brillo de incredulidad... y luego de rabia.
—?Estás bromeando conmigo? —Las venas de su rostro se marcaron como raíces, latentes, a punto de estallar.
—Eso significa que tienes un límite: solo puedes rebobinar hasta cierto momento atrás… y ese límite se actualiza cada vez que usas tu poder. Te atrapaste a ti mismo.
—?Idiota! —dijo, al mismo tiempo la pareja.
[Karma tipo Lujuria – Habilidad: Natalidad]
Una brisa húmeda descendió sobre todos, impregnando el aire con el aroma podrido.
—?Oye! ?Oye! ?Oye! —Su voz tembló, por primera vez con algo más que desprecio—. Ustedes no deberían ser capaces de entender algo así…
Frunció el entrecejo sin notarlo, mientras sus ojos se movían con frenesí, como si buscaran una explicación en medio del caos. Pero no había escapatoria.
Porque ella lo había visto. Lo había entendido.
Y en ese instante, su invulnerabilidad se rompió. No por un golpe, no por una técnica. Sino por saber cómo funcionaba su poder mejor que él.
Una sombra colosal se extendió por la zona, tragándose la luz en cuestión de segundos. El cielo se oscureció como si alguien hubiera apagado el sol, y entonces los vieron: hongos gigantes cayendo desde lo alto, atravesando las nubes con la fuerza de meteoritos.
El aire vibró con un zumbido profundo, como si la atmósfera misma gimiera ante lo que se aproximaba. Cada uno de esos cuerpos informes descendía envuelto en calor y ceniza, dejando estelas negras a su paso. Al impactar contra el suelo, el temblor sacudió hasta las raíces de los árboles, provocando explosiones infernales.
La habilidad de Lizz no era controlar familiares, sino multiplicarlos. Ese peque?o detalle fue el que le otorgó la victoria.
—?Esto no es nada, estoy por encima de ustedes!
Cada vez que intentaba restaurar su cuerpo y el terreno a su alrededor, una nueva lluvia de ataques caía sobre él sin descanso. Era un tormento sin fin.
Apretaba los dientes tras cada golpe, fingiendo indiferencia. No dejaba escapar un solo gemido, apenas sostenía una mirada altiva, cargada de desafío. Como si el dolor fuese apenas una molestia menor. Como si nada ni nadie pudiera hacerle inclinar la cabeza.
—?No está bien! ?Ustedes no deberían ser capaces de hacer esto! ?No deben intentar superarme!
No esperaba perder. Aunque huir fuera un golpe duro para su ego, no valía tanto como su vida.
—Te dije que no la subestimaras.
Rex se interpuso cuando él intentó pisar una zona fuera del dominio de Lizz. No pensaba permitirle escapar. El simple hecho de verlo le helaba la sangre, como si el cuerpo comprendiera antes que la mente que aquello frente a él no podía estar del todo vivo… y mucho menos podía ser detenido.
—?Retrocede! —intentó usar su poder contra él, pero ya no funcionaba—. ?Déjame huir!
Golpeó a Rex como un ni?o en pánico, lanzando ataques desesperados. Una y otra vez provocaba heridas que deberían haber sido mortales… y aun así no lograba escapar. Ni matarlo, ni huir, nada le fue permitido.
—Esto te pasó por no dejar de ser un ni?o. Ya puedes descansar… ya todo terminó. No debiste tocar a mi sol.
No detuvo su poder hasta ver caer las lágrimas de quien alguna vez fue su enemigo. Incluso con su control del agua, trajo de vuelta sus brazos, uniendolos con hongos.
Aún no los podía utilizar, pero recuperarlos, era una gran burla hacia quien se los arrebato.
—?Me niego a creerlo! ?Aún puedo volver! ?No dejaré que ustedes cambien las cosas! —
Solo un cuarto de su cuerpo seguía siendo algo que pudiera llamarse persona. Eso fue todo lo que quedó de él, luego de que Lizz y Rex gastaran toda su energía.
Sus ojos, antes llenos de ira y negación, temblaron al borde del llanto. Miro fue superado por esos dos, como están apunto de obtener su final feliz y él se quedaría sin nada.
Pero esos dos aun no celebraban su victoria.
—?Mamá!, ayúdame. No es justo…
Después de todo, sabían que no luchaban contra un individuo, sino contra una organización.
La hoja de una espada apareció atravesando su pecho, cortando no sólo su carne, sino también sus últimas palabras. El aliento se le escapó como un susurro, y su cuerpo, ya apenas humano, colapsó sin una muestra de humanidad.
—Ella tiene razón... —dijo, con una voz gélida y cruel, con una calma que dolía más que cualquier herida—. Fracasaste. Por eso no fuiste digno del regalo que te di. Ahora tendré que conseguir un nuevo hijo.
Entonces, entre el humo y las cenizas, se reveló una figura vestida de realeza: una hermosa doncella, de pasos tan refinados como los de una reina, pero con ojos tan afilados como cuchillas. Su belleza era divina, pero toda su estética era violenta.
Y esa violencia no estaba sola.
A su lado, como una sombra viva, avanzaba un caballero gigantesco. Sus pasos hacían temblar la tierra, y en sus manos sostenía un montante cuya hoja parecía haber probado demasiadas veces la sangre. Juntos formaban una visión tan majestuosa como aterradora.
—?Mamá?.. —Un rostro de terror y confusión fue lo último que sintió.
Su cuerpo, atravesado por la espada, comenzó a petrificarse, dejando que cualquier sensación se desvaneciera de su ser.
—?Dame otra oportunidad! Esta vez lo haré bien...
La doncella se acercó a él, tomando la máscara con el símbolo de la pica, igual a la que ella también poseía.
—Por favor... dame otra oportunidad...
Miró fijamente a aquel que la había llamado madre. Ella solo esbozó una sonrisa vacía, como la de una mu?eca. No apartó la vista hasta verlo convertirse por completo en piedra, con un rostro eternamente marcado por el dolor.
—Adios sexto príncipe. —No mostró ninguna emoción real, incluso en el final de la vida de su supuesto hijo.
El caballero, que portaba el símbolo de un diamante en el pecho, retiró su espada, haciendo que la nueva estatua se desmoronara.
—Ahora todo encaja… Creímos que solo nosotros tres habíamos sobrevivido a la Tormenta Roja. Y, sin embargo, aquí estás... frente a mí —dijo mientras se arrastraba para reunirse con su esposa. Sabía muy bien cuál sería su destino.
—Queridos Lizz y Rex, no soy quien creen. Por eso, espero que lo comprendan: solo cumplo con mi deber —aplaudió, con fingido entusiasmo—. Bueno, de vuelta al trabajo. Ya saben que me gusta hacer las cosas a mi manera. Por eso siempre discutíamos, ?recuerdan los buenos tiempos? Bueno... solo haré lo mismo que solíamos hacer juntos.
Su actitud parecía la de alguien que se reencontraba con sus mejores amigos, y por eso les resultó aún más repugnante cuando pronunció las siguientes palabras:
—Mataré a tu hijo si no me dices lo que necesito saber.
—Parece que sigues siendo igual de despreciable —escupió sobre la ropa de la doncella—. Ese fue mi precio por permitir que Lizz te diga lo que sabe.
—?Cómo puedes decir eso… con una sonrisa en la cara, Diana? —La sangre le brotó por la garganta, pero aun así forzó sus palabras para revelar la verdad—. Trabajábamos con una brigada de mercenarios, todos reunidos para proteger al usuario de la habilidad de los héroes. Nunca imaginamos que esa persona desataría el horror de aquel día...
—?Eso es todo lo que vale la vida de tu hijo?
—Ninguna información vale más que él.—Le mostró los ojos enfurecidos de una madre.
—Entonces, si poner una expresión así, eso de verdad debe ser todo lo que sabes —dijo, se?alándola con el dedo—. Asegúrate de que no sufran.
El caballero atravesó sus cuerpos con un solo golpe. Mientras el calor de la vida los abandonaba, la piedra comenzó a trepar por su piel. Una transformación lenta... y cruel.
La pareja no opuso resistencia. Después de todo, ya habían decidido que ese lugar sería su tumba.
—?Quieres que le diga unas últimas palabras a tu hijo? —preguntó con una calma desgarradora.
—Durante toda su vida… le repetí cuánto lo amaba, no me faltó decirlo ni una sola palabra. Con orgullo, puedo decir que él fue un ni?o amado. —sus lágrimas también se endurecieron, fosilizadas en piedra.—?Y tú, Rex? —agregó ella, mirando con ternura a su esposo—. ?No tienes algo que decirme… antes del final?
—Cuando estemos en otra vida… ?me volverías a acompa?ar? —sus ojos se apagaron con la pregunta aún flotando en el aire.
—?Qué dices, tonto? —respondió ella, esbozando una sonrisa frágil—. Ya sabes que la respuesta siempre será sí.
La pareja quedó unida para siempre. Una estatua eterna, sonriendo con la misma calidez con la que una vez despertaban juntos al amanecer. Un último recuerdo… de la vida feliz que compartieron.
—Ya los escuchaste. ?Ahora tú tienes algo que decir, Ness? —preguntó, girando la mirada hacia él.
Ness había logrado llegar hasta allí gracias al apoyo de la arlequina, quien lo cargó sobre su hombro hasta el lugar.
—Increíble, joven Ness... Incluso cuando tus ojos se cruzan con la máscara de la pica, aún tienes el valor de apuntarme con tu lanza. ?Tanto odio generé en ti?
—?No sabes nada de mí! Solo quiero verte muerta… —La mano con la que empu?aba su arma temblaba visiblemente.
—Ya veo... pero ahora eres un adulto. Deberías saber qué es lo correcto. ?Acaso la vida de ella vale menos que tu odio hacia mí?
Ness temblaba… y no era el único. Podía sentir cómo su compa?era apenas lograba mantenerse en pie, paralizada. El miedo la había atrapado tan profundamente que ni una sola palabra salía de su boca.
No hacía falta que hablara: su mirada, fija e incrédula, lo decía todo. Y esa mirada no estaba dirigida al enemigo... estaba clavada en él.
—?Maravilloso! —exclamó la doncella, aplaudiendo con una elegancia casi burlona al ver cómo él bajaba el arma.
—No será hoy —respondió, con la voz tensa, casi temblorosa—, pero algún día… te borraré esa sonrisa del rostro.
Sus ojos ardían con rabia, una mirada afilada como la de un depredador que ya había marcado a su presa.
Aquel brillo bastó para que el caballero se moviera. No hubo advertencia. No hubo piedad. Solo velocidad pura y mortal. En un parpadeo, su espada trazó un corte devastador, descendiendo desde el ojo derecho de Ness hasta su pecho.
—?Graaah! —Cayó al suelo como si le hubieran arrancado el alma.
El dolor lo atravesó sin piedad, crudo, cruel. Su cuerpo convulsionó al tocar el suelo, y por un instante, el aire pareció volverse pesado.
—Oh... —se llevó la mano a la boca—. Lo siento, él actúa por su cuenta a veces. Eso debe llamarse amor.
La arlequina escapó del miedo por segunda vez, aunque esta vez impulsada por un temor y una preocupación aún mayores.
—?Ness! ?Ness! —Al verlo caer por el dolor y oír sus gritos, no pudo evitar abrazarlo, intentándolo desesperadamente.
—Fue un gusto conocerlos. Espero verlos felices en el futuro.
Con una leve reverencia hacia ambos, el símbolo de trébol en su pecho brilló antes de que ella desapareciera junto a su caballero.
—?Mierda! ?Mierda! ?Mierda! —se presionaba el ojo para detener la hemorragia—. ??Por qué soy tan débil?!
El suelo le ardía en la espalda, pero Ness ya no distinguía si era por la herida o por la rabia.
A través del velo borroso de su visión, alcanzó a ver cómo la doncella y el caballero desaparecían, envueltos en una calma sin rastro de culpa por sus actos, una calma que solo poseen los asesinos que no temen las consecuencias.
Los cuerpos de sus padres yacían a pocos pasos. A tan solo un suspiro… pero completamente inalcanzables. Su madre aún tenía los ojos abiertos, fijos en un punto sin retorno.
Su padre, inmóvil, con el brazo extendido como si hubiera querido protegera hasta el último segundo. Un nudo helado le apretó el pecho. La herida ardía, pero no más que la culpa.
—?Maldit...! —susurró, apretando los dientes con rabia contenida—. ?Tenía que hacer algo... tenía que...!
La escena se desmoronaba en su cabeza una y otra vez, como si su mente lo castigara por no haber sido lo bastante fuerte, lo bastante rápido, lo bastante útil.
El cielo comenzaba a oscurecer, y allí, tirado entre el polvo y la sangre de quienes más amaba, Ness sintió cómo la culpa lo devoraba desde dentro.
Y se juró que esa mirada indiferente de la doncella no se borraría jamás de su memoria. Ni tampoco el sonido de sus pasos alejándose, mientras él se quedaba ahí, roto.
—?Que tú eres débil?... —le dio un pu?etazo en la cara—. ?Solo hoy! ?Cuántas veces te dijeron que eres fuerte? —Apretaba los pu?os con frustración, intentando que sus golpes le hicieran entrar en razón—. Eres capaz de superar tus miedos, cambiarte a ti mismo, proteger a más débiles que tú... ?Qué parte de eso te hace débil? ?No quiero escucharte decir eso!
Estaban frente a frente, sin moverse, con los ojos enrojecidos, los labios tensos y los pu?os cerrados… aunque ya no quedaban fuerzas para seguir discutiendo, por alguna razón no podían dejar de mirarse.
—?Cuál era tu nombre?
—??Qué?!
—?Quiero saber el nombre de quien me está golpeando!
—Es... Alexa... —se sonrojó al darse cuenta de que nunca se lo había dicho.
Y, sin decir nada más, se dejaron caer sobre el pasto, uno junto al otro. No fue un gesto de reconciliación, no todavía. Solo fue cansancio.
El pasto fresco acariciaba sus espaldas, y poco a poco, la tensión se fue deshaciendo en sus cuerpos. Sus miradas se cruzaron por un instante: sin orgullo, sin ira, solo agotamiento y algo parecido a comprensión.
—Entonces, Alexa… ?quieres acompa?arme en un viaje? No estoy acostumbrado a hacerlo solo.
—Está bien. De todos modos, ya no hay un circo al cual volver. Además, siempre odié la estúpida nariz de payaso.
Ninguno pidió perdón, ninguno dijo nada más. Tumbados en medio de la calma, parecía que todo podría estar bien. Al menos por un momento.