—Buen día, preciosa —le dice, ense?ándole los dientes podridos, y alzando su mano derecha para acariciar la mejilla rosada de la muchacha. Esta se encoge de hombros en un intento por sacárselo de encima. El guardia, al notar el desprecio, la toma con violencia del brazo—. ?Parece que la gatita quiere mostrar las u?as! —dice, riéndose. El otro guardia, no hace más que festejar con carcajadas mientras su compa?ero acosa a la hija del joyero.
—?Suéltame, bastardo! —dice ella, tironeando del brazo para intentar zafarse.
El hombre, enfurecido, la golpea con tanta fuerza que la mejilla izquierda de la joven se torna colorada al instante.
Un sentimiento de rabia me invade por completo, y no pierdo ni un segundo en decidirme a actuar a pesar de las advertencias del herrero. No alcanzo a dar el primer paso, cuando siento una mano gruesa y fuerte que me frena agarrándome del hombro. El viejo Eudes se percata de mis intenciones,
—Déjamelo a mí, Alex —me susurra.
Veo al viejo herrero, sosteniendo una larga y afilada hoja sin empu?adura. Sin duda, tomó una de las tantas espadas a medio terminar que están exhibidas en su taller. Noto con sorpresa, que lleva envuelta la espiga con la tela que utilizó para limpiarse las manos, como improvisando un mango.
—?Déjala ir, Darred! —grita con fuerza.
El guardia, sobresaltado, suelta el brazo de la muchacha y se voltea para ver al herrero, que se para erguido frente a él con la enorme espada en su mano.
—?Vuelve a tu taller, viejo, si no quieres salir lastimado! —le dice Darred, se?alándolo, al mismo tiempo que posa su otra mano sobre el pomo negro su espada.
—?No me obligues a ense?arte modales, chico! ?Déjala ir! —insta Eudes.
El segundo guardia, que está a solo unos pasos de distancia luchando por mantenerse de pie, interviene.
—?Ensé?ale al viejo quien manda, Darred!
En ese momento, el guardia borracho desenvaina su espada y se prepara para atacar.
—?Te arrepentirás de haberte entrometido, viejo! —dice, apuntando con su hoja al herrero. Apenas si puede mantenerla en alto.
Los nervios, me invaden por completo ante lo que está pasando. Nunca antes había presenciado una pelea, ni siquiera un mero choque de espadas. A pesar de que mi padre es un ex caballero veterano, jamás quiso inculcarme esos hábitos. La mayoría de los jóvenes reciben algún que otro entrenamiento de espadachín. Pero mi padre no mostró interés alguno por transmitirme esos conocimientos.
Mientras los nervios me recorren todo el cuerpo, alcanzo a ver a Darred alzando su hoja por encima de su cabeza, y comenzar a propinar golpes torpes que el viejo herrero no tarda en bloquear fácilmente. El sonido de los metales chocando entre sí me estremece.
Luego de varios intentos fallidos por parte del guardia borracho, Eudes se decide a terminar con la disputa. Sostiene con firmeza la espada improvisada, y con un movimiento certero, atraviesa la armadura de cuero de Darred hasta que la hoja se hace visible desde su espalda.
La sangre comienza a brotar de inmediato, deslizándose lentamente por la hoja hasta caer en la tierra, ti?éndola de un rojo vivo. El guardia moribundo dibuja una mueca de dolor en su rostro por un segundo, cuando los ojos se le cierran y cae desplomado al suelo. Eudes retira la espada del cadáver de Darred, y se voltea para mirar al segundo guardia, que se queda paralizado ante lo que ve.
—?Lárgate de aquí! —le ruje, al mismo tiempo que lo amenaza con la hoja ensangrentada.
El hombre, aterrado y sin decir una palabra, sale corriendo atropellándose todo lo que se cruza en su camino, y desaparece entre la multitud curiosa que empieza a formarse alrededor del cadáver.
La hija del joyero se acerca, y le hace una leve reverencia al herrero.
—Gracias —le dice, con una voz dulce y tímida.
—No fue nada, mi ni?a —le contesta Eudes.
Los demás mercaderes y aldeanos comienzan a murmurar sobre el hecho. Alcanzo a escuchar a algunos discutiendo acerca de los posibles destinos que le esperan al herrero.
—?Seguro que Rendel se pondrá furioso! —le comenta una se?ora avejentada a quien aparenta ser su esposo.
—Sí, pero Eudes hizo lo correcto por lo que a mí respecta —le contesta el hombre bajito y encorvado—. No es la primera vez que ocurren estas cosas, querida. Ya va siendo hora de que nos defendamos nosotros solos.
Todos los aldeanos, demuestran su preocupación por el bienestar del viejo herrero. Seguro que más de uno se opondrá a cualquier castigo que decida imponerle el comandante.
En medio de la muchedumbre, veo a Eudes dirigiéndose hacia mí.
—Debes irte, Alex —me dice—. Yo me encargaré de esto cuando venga Rendel.
—?No me iré! —replico—. Seguro que el comandante se desquitará contigo.
—Y que puedes hacer tú, muchacho. Ya te dije, es mejor no darle motivos a Rendel para que se fije en ti. Deja que yo me preocupe por él ahora. —El viejo se ve bastante calmado, a pesar de imaginarse lo que puede pasarle cuando el comandante se entere de que asesinó a sangre fría a uno de sus reclutas—. Dile a Sean que más tarde llevaré a Christy —agrega—. Pero ahora es mejor que te vayas. —De pronto, escucho que se acercan varios jinetes desde el norte, a todo galope por la calle principal. El que lidera la marcha lleva una larga capa negra, y su caballo porta una especie de armadura plateada que le cubre toda la cabeza. Junto a él, cabalgan tres soldados armados— ?Vamos, vete, no pierdas más tiempo! —me ordena Eudes, casi empujándome.
Me subo a Zaphiro tan rápido como puedo, y sacudo fuerte las riendas para indicarle que galope.
De a poco veo como la multitud va quedando atrás a medida que me alejo. Giro mi cabeza un instante, en un intento curioso por ver lo que está pasando. Alcanzo a ver a los jinetes acercándose rápidamente a los aldeanos. Pero no logro descubrir nada más. Zaphiro galopa muy rápido.
Decidió retomar el sendero principal para volver a casa y contarle a mi padre lo que ha ocurrido. Para mi sorpresa, el portón sur está abierto y sin vigilancia. No veo a Valerius por ningún lado, así que lo atravieso como un rayo.
Mi mente sigue algo alterado por lo ocurrido. La respiración se me agita y me cuesta mantener el enfoque.
Luego de unos momentos de cabalgar, llegó al cruce que lleva directamente a la casa de Jack.
Jack Farsen, es el único hijo de Tatius Farsen, el pescador de la aldea. Siempre fuimos muy buenos amigos, sobre todo por nuestra mutua capacidad para medirnos en problemas. De, cuando me escabullía de mi casa para ir al mercado, siempre me encontré con él ni?o en este cruce, y ambos nos íbamos a buscar problemas a la aldea.
Su padre es el único pescador de Lago Viejo. Su casa se ubica al este de la aldea, justo sobre la orilla del lago.
Decidió ir a visitar a Jack y contarle lo sucedido con Eudes. Seguro se sorprenderá al enterarse de lo que el viejo herrero es capaz de hacer para salvar a una dama.
Ya desde la distancia, a través del sendero custodiado de árboles, se pueden ver con claridad algunos detalles de la residencia de los Farsen. Como la gran chimenea de piedra que se eleva desde el ala norte de la casa.
A medida que me acerco comienzo a notar algunas irregularidades, como la falta de humo saliendo por la chimenea… Sería muy extra?o que no hubiera nadie en la casa, ya que ni siquiera es mediodía.
Los botes del se?or Farsen están amarrados en la orilla, como si no hubieran sido utilizados. Normalmente, a esta hora ya deberías estar en el agua.
Me acerco todavía más. Veo que las ventanas y la puerta están cerradas, como si la casa estuviera abandonada. Un mal presentimiento me recorre la espalda.
Desmonto a Zaphiro, preocupado. Lo amarro bajo la sombra de un sauce y camino hasta la entrada.
-?Jacobo! —grito con fuerza golpeando la puerta, pero no obtengo respuesta—. ?Hay alguien en casa? —insisto, pero sin resultado.
La puerta está cerrada, aunque sin llave. No me cuesta trabajo abrirla. El crujido de las bisagras me raspa los oídos.
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El interior se ve muy oscuro, y apenas puedo vislumbrar por donde camino. Solo unos pocos rayos de luz que entran por el marco de la puerta me sirven de guía. Al parecer, la casa se encuentra ordenada, a excepción de la mesa y las sillas que parecen haber sido víctimas de una gresca.
?Qué diablos pasaron aquí? Maldigo en mi mente.
Continúo registrando la estancia con ojos atentos y temerosos. Una extra?a mancha sobre el suelo junto a la mesa destrozada, llama mi atención. No puedo ver bien que es debido a la oscuridad, así que me aproximo lento, para evitar tropezarme con los trozos de madera de las sillas desperdigados por el piso. A simple vista, parece un peque?o charco de agua sobre la madera.
Extiendo mi mano para confirmar mi teoría. Descubra una superficie tan espesa que me provoca repulsión. Me dirijo de inmediato a la luz que entra por la puerta, solo para llevarme una sorpresa.
Sangre. El rojo intenso y vivo de la sangre que adorna la punta de mis dedos. Comienzo a sentir un escalofrío que me sube por la espalda hasta la cabeza. Me doy vuelta, preocupado y asustado, pensando en los peores posibles escenarios.
— ?Jack! —vuelvo a gritar. Mis manos tiemblan incontrolables. Nadie responde. Solo el eco de mi voz rebotando entre las paredes.
Mientras la mente me da vueltas, vuelvo caminando hacia el interior de la casa a buscar algún indicio de supervivencia. Paso por encima del charco, y descubro una serie de huellas de sangre que llevan directo hacia la otra estancia de la casa. Las huellas parecen ser de una persona, lo que me confirma la posibilidad de que Jack, o tal vez su padre, pueden estar heridos.
Continúo siguiendo las pisadas hasta llegar a la puerta de la sala, donde me encuentro con más manchas de sangre sobre el marco, como si la víctima hubiera estado desangrándose y se apoyara sobre la puerta. La preocupación y el miedo que me inundan, son cada vez mayores mientras camino siguiendo las manchas. Las pistas me llevan directo hacia la escalera.
Ya casi no puedo ver el camino que siguen mis pies. La oscuridad es tan grande, que me guio solo por mi conocimiento del interior de la casa.
Subo cada escalón, temeroso, imaginando miles de caóticas posibilidades sobre lo que me encontraré en el piso de arriba.
El chirrido de unas bisagras me sorprende de repente, seguido del golpe característico de una puerta que se cierra con fuerza… Casi doy un salto del susto. La puerta de la entrada acaba de cerrarse, pero no le doy mucha importancia. Sigo subiendo la escalera. La vida de mi mejor amigo puede estar en peligro.
La planta alta también está sumida en las sombras, apenas si puedo distinguir las tenues huellas que sigo. Las paredes del estrecho pasillo se encuentran muy deterioradas, como si hubieran soportado cien a?os de abandono en tan solo un día.
Unos pocos pasos más para alcanzar la puerta de la habitación de Jack, la cual descubro cerrada. Me acerco sigiloso, pero asustado, con las manos todavía temblorosas y el pulso agitado.
—Jack —digo en voz baja—. ?Estás ahí dentro? —Nadie contesta. Tiene que estar en esta habitación. Al menos el rastro termina aquí, pero no se oye ni un ruido.
Decidido, giro la perilla de la puerta y la abro de un golpe. Lo que más me temía se manifiesta ante mis ojos. El cadáver de mi amigo yace tendido boca arriba sobre la cama.
Me tapo la boca con las manos de la angustia. Puedo sentir las primeras lágrimas que me caen por las mejillas. Me acerco como puedo para verlo mejor, y descubro el cuerpo de Tatius en el piso, junto a la cama.
Ambos presentan varias heridas punzantes en el pecho, y cortes profundos en el cuello, de punta a punta. Unas manchas negras en la piel, sobre todo en la cara, llaman mi atención. Las cuencas de sus ojos están completamente ennegrecidas, como si estuvieran pudriéndose. No se me ocurre qué o quién puede haber causado eso, no parecen cadáveres normales. Es como si hubieran estado en descomposición desde hace varios días. Pero no tiene sentido, apenas ayer estuve con Jack y su padre, ayudándolos a remendar unas redes de pesca. De tratarse de un asesinato, no me explico quién pudo ser capaz de cometer semejante atrocidad. Ambos siempre fueron muy queridos y respetados en la aldea.
Tengo que salir de aquí y avisarle a mi padre. Ya no hay nada que pueda hacer por ellos.
—Adiós, amigo —murmuro, sollozante.
En el instante que me doy vuelta, algo pasa junto a mí, como una corriente de aire muy fría. La puerta de la habitación se cierra de golpe.
Frente a mis ojos, se manifiesta un rostro espectral. El miedo me paraliza por completo. Siento en ese instante una mano, más como una garra que me sujeta por el cuello y me arrastra hasta la pared del fondo. La extra?a fuerza invisible comienza a levantarme de a poco. Me estrangula. El aire se escapa lentamente de mi cuerpo. Entonces el rostro desaparece, no puedo ver a nadie, solo siento como me asfixio lentamente sin poder defenderme. ?Cómo luchar contra algo que no puedo ver?
Giro la cabeza a un costado, en un acto desesperado por encontrar una salida. Veo lo que puede convertirse en mi única oportunidad de sobrevivir.
La ventana de la habitación está a mi alcance. Si tan solo lograra abrirla, quizás la luz del sol me sirva para ver a mi atacante.
Extiendo la mano, mientras el aire de los pulmones se me escapa cada vez más, tratando de encontrar algún punto de apoyo para mis pies. Pero es inútil, no consigo nada.
Hago un segundo intento, pero esta vez con mi pierna derecha. Logro darle un golpe a la perilla de madera de la ventana, pero no es suficiente para abrirla. Ya casi no me quedan fuerzas. No debo darme por vencido, no puedo morir así.
Comienzo a sentir la cabeza hinchada, como si toda la sangre de mi cuerpo se concentrara en un solo lugar. La vista se me nubla. Reúno toda cuanta fuerza me queda, y lanzo una segunda patada. La perilla se rompe en pedazos y la ventana se abre.
Los dorados rayos de luz, entran por el peque?o marco e iluminan todo el cuarto. El rostro fantasmal reaparece frente a mí, mucho más nítido que antes, como una calavera podrida, atrapada dentro de una nube de humo negra que se mueve a voluntad, y dos enormes ojos rojos que me observan fijamente.
El espectro me libera de sus garras, lanzando un alarido ensordecedor mientras vuela hacia atrás, cubriéndose la cara con sus cadavéricas manos negras. Todo su cuerpo empieza a echar humo. Sus alaridos son cada vez más fuertes, tanto que me perforan los oídos. Entonces se incendia.
El fuego lo devora en un parpadeo hasta desaparecer por completo, dejando una peque?a pila de cenizas.
Caigo al piso, agotado, con una tos muy fuerte y luchando por respirar con normalidad. Bastante mareado y con la vista nublada. Me desplomo contra el suelo. De a poco voy perdiendo noción de lo que me rodea, hasta que todo se convierte en tinieblas. Me desmayo.
—?Es un asesino! ?Lo llevaremos al calabozo donde pertenece!
—?No sabemos lo que pasó ahí dentro, Marcus! ?Los cuerpos no parecían normales!
—?Si yo te cortara el cuello y te diera quince pu?aladas, tampoco parecerías normal!
—?Me refería a las manchas en la piel! ?Parecía como si llevaran varios días muertos!
—?Esas son ideas tuyas! ?Está claro que este mocoso es el responsable!
—Y entonces… ?Por qué estaba tirado en el suelo, desmayado? Si tú mataras a alguien, saldrías corriendo, no te quedarías en la escena del crimen a descansar.
Ambas voces se oyen lejanas, como un eco. Veo reflejos de luz por todos lados. Dos hombres envueltos en armaduras brillantes cabalgan a un lado. Me siento liviano, como si volara. Veo un techo de madera y barrotes a los costados. Intento levantarme, pero ni siquiera puedo moverme, algo me sujeta con fuerza. Escucho susurros lejanos que no alcanzo a descifrar. Todo es muy confuso. Uno de los hombres se da vuelta y me mira; sus grandes ojos se tornan de un rojo fuego intenso, y su rostro se envuelve en sombras, al mismo tiempo que se le dibuja una sonrisa macabra. Se me viene a la mente la imagen del extra?o ser que me atacó. Mis ojos se cierran nuevamente, y vuelvo a desmayarme.
El sonido de una gotera en el techo me despierta. Miro a mi alrededor para tratar de encontrar algún indicio de dónde me encuentro, pero solo alcanzo a ver las paredes de roca, y los gruesos barrotes de esta estrecha y oscura celda.
Las antorchas clavadas en la pared son mi única fuente de luz. Un intenso olor a comida caliente asalta mi nariz. A mi lado hay un tazón de madera, repleto de una sopa de verduras bastante apetitosa, junto a un peque?o trozo de pan. No debe haber pasado mucho tiempo desde que me trajeron aquí. El estómago me ruge del hambre.
Me agacho para recoger el tazón, y me siento sobre el catre de madera para empezar a comer. No me tardo mucho en devorar la comida.
Luego de unos momentos, escucho pasos. Veo una luz que se acerca por el fondo de la cueva. Aparecen dos guardias que se dirigen directo hacia mí. Alcanzo a ver la insignia plateada de un sauce sobre sus armaduras. Me alivia saber que aún me encuentro en Lago Viejo, a pesar de estar en el calabozo. Los soldados se acercan, y puedo sentir el desprecio en sus miradas cuando llegan a mi celda.
—?El comandante quiere verte! —dice uno, alumbrándome con una antorcha de mano mientras abre la reja de mi celda. La luz del fuego alcanza su rostro, revelando a un hombre joven mal afeitado, con una nariz ancha y ojos peque?os.
Se me vienen varias preguntas a la cabeza en un instante. ?Por qué estoy en prisión? ?Acaso me acusan por la muerte de Jack y Tatius? Nada de eso tiene sentido. Jack era mi mejor amigo y nunca se me hubiera ocurrido hacerle da?o.
A pesar de esas tantas intrigas, decido no pronunciar palabra alguna. Seguiré la corriente por ahora. Tal vez pueda razonar con el comandante y explicarle la verdad, incluso conociendo las barbaridades que se dicen de él.
Luego de abrir la reja, el guardia se hace a un lado para indicarme que salga. Le hago caso para no provocarlo. Al pasar junto a él, me lanza una mirada de desprecio y asco que me deja perplejo, como si estuviera liberando al asesino más buscado del mundo.
—?Camina! —me ladra, empujándome con descaro. El otro guardia me transmite el mismo trato descortés con sus peque?os ojos.
Atravieso el túnel húmedo del calabozo, con mis dos guardaespaldas detrás. No puedo evitar notar la cantidad de celdas vacías que hay a mi alrededor. No me explico para qué son necesarias tantas en una aldea tan tranquila.
No veo al viejo Eudes encerrado por aquí. Después de lo que pasó en el mercado, sería lógico encontrarlo en una de estas celdas. Pero no está. No sé si alegrarme o sentir pena.
El camino se hace más largo de lo que parece, hasta que por fin llegamos al final del túnel. Una escalera de piedra aguarda para llevarnos a la superficie. Instantes después, me encuentro en el centro del cuartel de la milicia de Lago Viejo.
Uno de los soldados me toma del brazo, frenándome de golpe. Saca un gran manojo de llaves que lleva colgadas del cinturón y abre la puerta. Del otro lado, me encuentro con una sala que aparenta ser la armería. La poca luz que entra por las comisuras del techo de paja, se refleja sobre el metal de la gran colección de espadas y lanzas bien acomodadas en la pared. Parecen estar preparados para una guerra.
Continuamos en silencio hasta la siguiente estancia del cuartel, donde me espera un hombre alto, de pelo corto y dorado, portando con elegancia una armadura plateada que reconozco enseguida. Es la misma que estaba fabricando el herrero cuando fui a verlo en la ma?ana, solo que ahora está terminada. Me siento aliviado al pensar que pudo completar su trabajo sin problemas. Parece que el comandante no lo castigó como se esperaba.
Las hombreras llenas de picos encorvados, le dan una apariencia un tanto aterradora, y los detalles en las terminaciones de la coraza, dan cuenta del trabajo artesanal del herrero. La imagen del gran sauce blanco tallada sobre el centro del peto es la prueba.
Colgada del talabarte, en su vaina, la gran espada del comandante me deslumbra. El pomo está adornado con la cabeza de un águila blanca tallada. El largo del mango, hace que la espada sobresalga por encima de su cintura, golpeando contra la coraza cada vez que se mueve. La enorme hoja, debe tener al menos cuatro pies de largo, y ancha como una mano adulta.
Junto a él, sobre la mesa, hay un yelmo plateado y brillante con dos alas talladas que salen hacia atrás. Toda una verdadera obra de arte.
Los guardias mudos me arrastran hasta una silla y me sientan a la fuerza. Luego salen del cuartel, cerrando la puerta de un golpe tras ellos.
Rendel se voltea hacia mí, arrojándome una mirada seria con sus grandes ojos verdes.
—Así que, tú eres Alex —me dice con una voz suave y clara, colocando una silla frente a mí para sentarme. La punta de su larga espada se clava en la madera del piso.
?Qué les parce la historia hasta el momento?